domingo, 21 de diciembre de 2008

No somos elegantes.

Así, tal como suena. Somos un país muy poco elegante que siempre se ha definido más por la tortilla y el folclore que por sus buenas maneras y educación. Pensaba en esto viendo un documental sobre el 23F -hasta para los golpes de estado nos falta alcurnia- comprobando cómo se comporta un caballero y cómo se comporta un cretino.
Me explico. Las imágenes son bastante esclarecedoras de por sí: entra Tejero como un maleducado, soltando improperios a diestro y siniestro, pistola en ristre y mandando que todo el mundo se eche al suelo con la autoridad que le sale de sus partes -a raudales, eso sí-. Siempre se comenta cómo Gutierrez Mellado le planta cara a los golpistas, pero en ese caso creo que es un problema de rango más que de defensa de la libertad democrática. A ver si no cómo encaja un general hecho y derecho que un simple teniente coronel le mande echarse al suelo. Admirable actuación la de Gutierrez Mellado, en cualquier caso.
El perfecto caballero, sin embargo, fue Suárez. Es una simple cuestión de estilo, y nada más, y en el documental comentaba por qué no se tiró al suelo como el resto de sus señorías: él era el presidente del gobierno, y no es digno que un presidente del gobierno se arrastre por los suelos, aunque sean los suelos del Congreso.
Simple y llanamente, a Suárez no le dio la gana de bajar la cerviz porque, aún con miedo como todo hijo de vecino, la situación le parecía ridícula y no podría andar con la cabeza erguida nunca más.
Ejemplo a seguir de dignidad y de saber estar el de este hombre que no se merecería haber nacido español, o quizás es tan admirable porque representa el último ejemplo de esa casta política a la que todavía sabía hablar con propiedad y combinar la corbata con la camisa adecuada. El más elegante de los presidentes de gobierno que en España han sido.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Caballeros.

Uno de los encantos de Madrid es que aún quedan sitios míticos donde uno puede alejarse de la vulgaridad de gente ruidosa con pelucas y mamarrachos vestidos de Papa Noel. El problema es que cada vez quedan menos, y la gente los invade sin ningún pudor, contaminando con sus conversaciones y sus risas bobaliconas lugares que han sido referentes de la vida cultural de este país.
Tampoco quiero que me malinterpreten, ni que piensen que a un servidor le gusta ir por ahí con una cinta proclamando reliquias por doquier, santificando gratuitamente lugares y pesonas para mantenerlas alejadas del mundanal ruido y hacer de ellas objetos de veneración. Lo que pasa es que me hierve la sangre al ver cómo la falta de respeto se extiende como un cáncer en esta sociedad enloquecida; cómo las buenas maneras son sólo dos palabras alejadas en el diccionario.
El asunto es el siguiente. Estaba el otro día en el Café Gijón, viernes por la tarde antes de un festivo, y claro, allí no cabía un alma. Vayan ustedes a saber cómo o por qué, le debí caer bien a los dioses y conseguí una mesa, hacia el final, frente al pequeño retrato de Alberti que cuelga en la pared del fondo y que parece bendecir a la concurrencia bajo esa melena blanca. Al poco rato entró Manuel Alexandre, actor que ha marcado el cine español en todos sus aspectos, desde las películas más horrorosas hasta las más sublimes (Bienvenido Míster Marshall, Plácido o Atraco a las tres).
El hombre es un ancianito venerable, para el que hay reservada una mesa al lado de las cristaleras, porque el Gijón es muy barroco; es un sitio al que se va para ver y para dejarse ver. El jefe de sala le ha conducido hasta ella, con discretas palmaditas en la espalda y con un saber hacer que sólo dan los años tratando a escritores, actores, y demás gente del mundillo cultural. Al poco rato entró Álvaro de Luna acompañado por otros dos caballeros -en este caso uno sí que puede utilizar esa palabra sin ruborizarse- y se sentaron a la mesa del señor Alexandre y su compañero.
La gente lanzaba miradas de reojo, murmullos para avisarse de la presencia de un famoso, y estoy seguro de que la mitad de ellos sólo conocían a Álvaro de Luna como el Algarrobo, y de Manuel Alexandre su presencia de secundario de lujo en las películas de Cine de Barrio. No me indigna el desconocimiento, que al fin y al cabo es cosa de cada cual y que Dios se lo reclame el día del Juicio, sino el comportamiento.
Digo esto porque alguien, cuando ya salíamos, hizo una fotografía con flash en un lugar y un momento que no son los adecuados. A mí me basta con el recuerdo de ese café al lado de dos grandes del teatro y del cine, a algún palurdo le hace falta una foto borrosa y mal tirada para enseñársela a sus amigotes mientras le señala al Algarrobo y silba la canción de Curro Jiménez. Y del viejo que está al lado, ni un comentario.

sábado, 29 de noviembre de 2008

No quedan caballeros.

Llevo años diciéndolo, pero creo que nunca hasta ahora la gente se había vestido tan mal y a conciencia. Se defienden bajo una capa de falso glamour casposo con la excusa de ser trendies e ir a la última, alabando el nombre de Dior y nombrando a Chanel en vano, sin mayor reparo y con la idea de ponerse unos Manolos con unos pantalones pitillo de mercadillo, una pulsera de Chopard y una cazadora de Zara, porque para ellos es necesario saber combinar complementos carísimos con ropa baratísima, rozando lo cutre.
Me di cuenta viendo un capítulo de Vidas anónimas en el que salía un tal Josie, que al parecer era el asesor de moda de Supermodelos -lo del súper sólo se entiende si uno piensa que es en la cola del Carrefour de donde sacan sus modales- y ahora mismo trabaja en una especie de revista muy fashion española, que le quiere hacer sombra a Vogue.
El chico en cuestión pertenece a ese grupo que parece haber nacido con un montón de calcetines de Calvin Klein en lugar de cerebro, que dice "porfaplis" y "súperguay" sin ruborizarse siquiera, y que va vestido a la última porque cree que la elegancia es que a uno lo miren por la calle más que a un gótico. Eso lo decía él lleno de orgullo, no yo.
Además, unas chicas muy cool -esqueléticas pero con unos modelitos súper caros- se le abrazaban en la presentación de la revista y lo definían como el Truman Capote del siglo XXI. Él encantado, claro, porque admira a Capote teniendo en mente la interpretación de Philip Seymour-Hoffman y cree que algún día también un actor gordito y simpático lo encarnará a él en la gran pantalla.
Capote, a buen seguro se está revolviendo en su tumba. Probablemente era un petardo social insoportable como Josie "porfaplis", eso no lo dudo, pero hay que ver cómo escribía. Yo, de momento, no he leído nada de Josie, pero no sé por qué dudo mucho que su nivel a la hora de pulsar las teclas esté a la altura de Capote.
En cualquier caso, los juicios estéticos son algo muy subjetivo, y para mí la elegancia es ver a Cary Grant corriendo perseguido por un avión en Con la muerte en los talones. Para Josie, la elegancia es coger a Amy Winehouse y calzarle unos Jimmy Choo mientras bebe un Don Simón con Coca-Cola.
Juzguen y comparen.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Una divagación sobre el genio.

Leyendo la introducción a los Cuadernos de Paul Valéry he constatado que una de las características de los genios es la disciplina. No basta con ser tremendamente inteligente, lo cual es innegablemente necesario, sino que para ejercitar la mente hace falta una especie de gimnasia intelectual, marcada por el ritmo y la constancia.
Los grandes pianistas siempre hablan de cómo se pasan horas y horas ante el piano ensayando, practicando, haciendo escalas y arpegios desde su infancia. Los grandes pintores ejercitan su talento desde niños. La pregunta es: ¿el genio se cultiva? ¿Existe alguien que haya destacado como un genio y que no haya prestado atención a su talento desde niño?
Siempre se dice que Kandinsky empezó a pintar a los cuarenta. Personalmente, creo que Kandinsky no ocupa el mismo lugar que Miguel Ángel, pero gustos persoanles aparte, podría ser la excepción que desbarata la regla.
La introducción comenzaba comparanado a Valéry con Bach. Indiscutiblemente, Johann Sebastian Bach es una de las cimas en la historia de la música occidental. Su obra, después de más de trescientos años, sigue siendo actual y capaz de conmover a la humanidad; y además, hay una anécdota que nos viene como anillo al dedo. Es sabido que Bach necesitaba tocar la obra de otro compositor para después improvisar toda una serie de variaciones sobre el tema.
Quizás, como Bach, uno necesita el ejemplo de un Valéry y de su método analítico para poner un poco de orden en sus escritos, así como para intentar hacer un análisis de todo cuanto sucede a su alrededor.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Humoradas.

El otro día, en un ataque de inconsciencia o masoquismo, vaya usted a saber, me dio por cambiar de canal y ver 59 segundos, donde estaban entrevistando a Esperanza Aguirre. Entre monólogo y monólogo, uno de los contertulios se desmarcó de la tónica dominante y no le preguntó sobre economía -asunto del que, por cierto, la Presidenta de la Comunidad de Madrid parece enterarse muchísimo- y sacó el tema de Afganistán.
Oportunista, quizás, pero la respuesta de Esperanza fue antológica. Para justificar la presencia de las tropas españolas y una guerra en esa zona, aportó datos históricos remontándose, nada más y nada menos, a Alejandro Magno.
Ya sabemos que desde la época de Alejandro Magno es una zona de difícil conquista, fue lo que dijo. Después un discurso ciertamente inconexo, con pinceladas de aquí y de allá, y al final no contestó a nada.
Que Esperanza tiene una vena cómica como la copa de un pino es algo que no nos es ajeno, después de sus memorables intervenciones que dieron lugar a alguna chanza sin credibilidad -como aquella del Guggenheim- y al estupor de Santiago Segura al ver que la por aquel entonces ministra no sabía quién era. Y ahora, esta vena cómica la saca dando rienda suelta a esos chistes que cuenta con un gracejo que ya quisiera para sí Chiquito de la Calzada, Sarkosillas incluídas.
Por eso, Esperanza Aguirre pasará a los anales de la historia del humor español, junto con Pepe Viyuela, Arévalo, Quique Camoiras, Pajares y Esteso, Alfredo Landa y los Payasos de la tele. Aunque si Esperanza pregunta "¿cómo están ustedes?" la respuesta probablemente sería muy distinta.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Héroes.

Un titular de un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme reproducía el siguiente mensaje: Galicia recibe con dolor los restos de los héroes de la Brilat [...] Así, tal como suena y se lee, el redactor se quedó tan ancho.
Yo mismo -perdonarán la digresión con la benevolencia que les caracteriza- pertenezco a familia de militares. Toda la estirpe por la rama de mi abuela paterna se ha dedicado a la profesión militar desde tiempos inmemoriales, con gran orgullo y ascendiendo en el escalafón a base de luchar en todas las guerras ingratas que en la historia de este país han sido.
Mi bisabuelo, por ejemplo, vendió caro el pellejo con cuarenta y pocos años, postrado en la cama y delirando por culpa de unas fiebres que contrajo luchando en la Guerra de Cuba. Estuvo allí dos veces, y para cuando volvió, en el mes de marzo, el médico le dijo "Usted como buen militar no le tendrá miedo a la muerte, porque la paga de abril no la cobra". Y así fue. Quiero decir con esto que los asuntos del ejército no me son del todo ajenos, por ello no acabo de entender ciertas actitudes que para cualquiera con un poco de sentido común carecen de lógica.
En primer lugar, si uno es soldado lo lógico es que tarde o temprano acabe metido en una guerra. Es verdad que ahora se llaman "acciones de paz", consiguiendo así un simpático término contradictorio, tan divertido como ese de "daños colaterales". En segundo lugar, si uno va a un país en el que la gente se está matando a tiro limpio y aparece armado con un fusil de asalto y un casco de kevlar, lo normal es que el oriundo del lugar piense mal y decida, en caso de tener la oportunidad, meterle un tiro en la frente y echar a correr como alma que lleva el diablo.
Esto, digo, es lo lógico, por tanto si uno se mete en las Fuerzas Armadas sabe que entra dentro de lo probable recibir una bala que con mayor o menor precisión lo puede dejar listo para hacerle la inevitable visita a Caronte. Eso sí, a cambio de una paga, porque al fin y al cabo matar y ser muerto ha sido una profesión desde que el hombre es hombre.
El problema viene cuando uno se apunta al Ejército de buenas a primeras, haciendo caso a los anuncios aquellos que ponían por la tele en los que una chica de muy buen ver se dedicaba a saltar un muro, otro bajaba de un helicóptero de salvamento a rescatar a un pobre náufrago y unos chicos muy dinámicos estaban en una sala llena de ordenadores poniendo cara de serios.
En esos anuncios no aparecen chicos de veinte años pegando tiros, matando iraquíes o afganos, y siendo víctimas de atentados. Eso no se vende, y cuando a uno lo mandan a Irak igual piensa que es para repartir comida entre los refugiados y para escalar el muro al lado de la chica guapa del anuncio. Entonces resluta que no, que allí también hay acción guerrillera y que los suicidas -es lo que tienen- no reconocen ni a su padre cuando van conduciendo un coche bomba; allí también te pueden pegar un tiro cruzando una calle y algunos, sin esperar a que salgas de tu base militar, deciden empotrar un camión lleno de explosivos y llevarse por delante a todo lo que puedan.
Después recogemos a nuestros muertos y los mandamos a casa, con la ministra muy apenada y apesadumbrada desfilando tras los ataúdes y les hacemos un funeral de estado presidido por los príncipes, les concedemos una medalla a título póstumo y les llamamos héroes.
Y lo único que han tenido que hacer, es morirse.

viernes, 31 de octubre de 2008

Asombrosa Gracia.

Lo del hermano de Benedicto clama -ligeramente- al cielo. Salió en todas las noticias: para la celebración del cumpleaños del mayor de los Ratzinger se ha organizado un concierto de Mozart en la Capilla Sixtina, que costará unos 100000 euros y contará con músicos llegados de Austria y Alemania. A ver si no de qué va a servir tener un hermano papa, digo yo.
Se ha criticado el derroche que supone dejarse 16 millones de las antiguas pesetas para celebrar el aniversario de un cura, que por otra parte pasaría sin pena ni gloria de no ser porque su hermano es -y se dice pronto- el vicario de Cristo en la tierra. Se ha dicho que en esta época de crisis es un despilfarro, y aunque Juan Manuel de Prada lo haya justificado como gasto necesario para la liturgia la verdad es que el asunto huele, y de lejos.
No me preocupa especialmente el hecho de que sean 100000 euros, que al fin y al cabo es una minucia si lo comparamos con lo que puede gastarse la administración pública en asuntos de protocolo y visitas institucionales. Lo que me indigna es que una organización como es la Iglesia, que predica unos postulados de amor y caridad, decida gastarse esa cantidad en algo tan trivial como un cumpleaños. Bien es cierto que uno no espera que en una celebración de este tipo se conformen con poner unos sandwiches de Nocilla y unas botellas de Fanta para los fieles que esperen en el Aula Pablo VI, pero de ahí a montar esta parafernalia media un mundo.
Ahora bien, también tengo que decir que bravo por estos tipos. Por lo menos en cuestión de buen gusto van sobrados, y todos sabemos que en la Iglesia post Vaticano II eso es algo que escasea. Lo normal sería que viniera una monjita con una guitarra y unos dicharacheros jóvenes del Opus Dei a cantarle, como hicieron con Juan Pablo II cuando estaba en el hospital poco antes de morir -lo cual, probablemente sirivió para acelerar el fatal desenlace-.
Mozart en la Capilla Sixtina con una orquesta de más de 100 músicos. Si lo piensan bien, es impresionante.

martes, 21 de octubre de 2008

Esos golfos...

El mal gusto me parece deleznable, pero también la sinvergonzonería y la desfachatez. Hace algún tiempo me enteraba de un caso bastante habitual en este ingrato país, donde el que es el más malnacido se encarga de medrar a costa de los necesitados.
Uno de estos pájaros comunes en nuestra fauna tenía que dar un curso y por ello cobraba 50 euros a la hora, en concepto de material y mano de obra, por así decirlo. El listo contrató a una subalterna para que fuera a dar las clases por él, pagándole 10 euros la hora, con lo cual se ahorraba tener que asistir y el material, que no eran más que unas míseras fotocopias.
Yo hablaba con una de las personas que acudían al curso y estaban al tanto de la situación, cosa que no sucedía con la chica que daba las clases, porque pensaba que se lo encargaban directamente a ella. Preguntaba, inocente que soy, si nadie le dijo nada y la puso al corriente, y la respuesta fue antológica: "y ella estaba encantada, que así todavía cobraba algo".
Excusa soez, sin duda, que podrían aducir aquellos que en el siglo XIX llenaban sus plantaciones de Carolina del Sur con esclavos negros; lo mismo los portugueses cuando en el XVIII cargaban galeones de pacíficos negritos que así, conocían a Dios y eran trasladados al mundo civilizado. Y lo mismo podrían alegar lo que durante unos meses acogen a un niño peruano, saharaui o de Ruanda para luego mandarlo de nuevo a su particular infierno, consciente de que hay un mundo mejor.
La verdad es que esa gente no se merece mi respeto. No son dignos de ser considerados personas, sino simples explotadores donde tanta culpa tiene el que contrata a la chica como la sociedad que lo consiente. Me decían que todavía tengo mucho que aprender, y que si voy de Don Quijote por la vida me voy a dar con muchos molinos.
Pero creo que mi deber es no ser tan cínico, al menos de momento. Y qué demonios, aunque parezcan tener más brazos que el gigante Briareo, hay molinos que acaban cayendo. Y en eso sí creo.

lunes, 13 de octubre de 2008

Pagando favores.

Lo de Cuerda clama al cielo. Es el descaro más absoluto en un país que por lo demás siempre ha sido ingrato con sus hijos ilustres, y donde el mediocre que se arrima al sol que más calienta siempre ha medrado, agarrándose a la teta de la vaca como a un clavo ardiendo.
Ahora resulta que sus Girasoles ciegos van a representar a España en los Oscar. Me acuerdo de la que se montó, casi más que con la crisis, cuando los de La Sexta colaron al Chikilicuatre en Eurovisión. Es cierto que hoy a nadie le importa ese concurso, pero los ecos de la polémica llegaron a salpicar el mundo de la política, debates supuestamente serios, y como sucedió con lo de la boda del Príncipe, todo español dio su opinión al respecto.
Ahora se repite el número, pero nadie habla del asunto. Si han visto la película y no se dejan llevar por el sentimentalismo barato, lo políticamente correcto y el escote de Maribel Verdú -maravilloso, por cierto- convendrán en que el resultado es un esperpento, pero el Chikilicuatre por lo menos tenía gracia. Lo que ha parido Cuerda es un bodrio insoportable, sin pies ni cabeza desde el punto de vista narrativo y con unos actores muy adecuados para un melodrama, porque todos dan auténtica pena.
Ahora bien, a Cuerda hay que agradecerle el apoyo en la campaña electoral de ZP y nada mejor para un director de cine que brindarle sus cinco minutos de fama, paseillo por la alfombra roja incluído. Todo por escuchar su nombre en boca de Catherine Zeta-Jones, Charlize Theron o la guapa de turno -y esas dos lo son, y mucho- y que resuene en el Kodak Theatre entre los aplausos de todo el mundillo.
Pienso que es triste el panorama del cine español, y después de esta última intentona juré que sus posibilidades conmigo habían llegado al final. Nunca más pagaré por ver una película española y menos sobre la Guerra Civil, que es un asunto que ya está tan trillado como lo de las suecas y el landismo. No creo que los actores españoles sean buenos, fundamentalmente porque a ver dónde hay una escuela de interpretación decente en este país, ya que los que podían enseñar son perros viejos que o están en el teatro o no tienen ganas de perder el tiempo con las jóvenes promesas.
Y también echo de menos, además de buenos actores, buenos directores que no crean que por contar con una subvención del Ministerio de Cultura ya se pueden lavar las manos con entradas de Cinesa. Ahora es cuando uno ve Plácido y piensa qué grande era Berlanga, que también optó al Oscar bastante antes de que se lo llevara Garci.
Pero acordarse de esas cosas no conviene, porque ni Cuerda es Billy Wilder, ni Javier Cámara es Cary Grant. Eso sí, si uno se aleja y lo ve desde fuera, el resultado es una comedia desternillante.

sábado, 4 de octubre de 2008

El Orient Express nos queda muy lejos.

No es fácil aunar buen gusto y transporte público, pero un mínimo de educación no está de más en cualquier contexto. Antiguamente el tren era un medio de transporte teñido de encanto, con mozos que llevaban baules y cajas, maletas y fundas de trajes; las señoras y señores con sombrero, saludándose educadamente y ocupando sus compartimentos, tratándose de usted con respeto y amabilidad.
Hoy, por circunstancias del destino, me vi obligado a tomar un tren, y me acordé de aquello que dijo Alejandro Dumas de que África empieza en los Pirineos. No niego que vivir en una ciudad que es meta de peregrinos y centro universitario tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Y además, esas cualidades que supuestamente la hacen un lugar apetecible para vivir, no son óbice para que se llene de imbéciles de la peor especie de vez en cuando.
En primer lugar, los peregrinos que vuelven de hacer su camino, después de encontrarse a sí mismos en el Cebreiro y tras tomar contacto con su espiritualidad en los claustros de Samos, vuelven a sus casas. Y aunque alguno lleve el alma impoluta, muchos se olvidan de darse una ducha que les lave el cuerpo además del espíritu.
En un vagón de tren en el que van unas 80 personas, si 20 son peregrinos que no se han lavado y además se descalzan, podrán hacerse una idea del infierno olfativo que desafía al más pintado. Si además añadimos a un par de mozalbetes que van trasegando cerveza tras cerveza, con un ordenador portátil en el que ven una película a todo volumen la situación ya es crítica. Ahora sólo queda que nuestro asiento coincida al lado de una calefacción al máximo, y que en la cafetería hayan quitado los taburetes y asientos para que el viaje sea una experiencia inolvidable.
Eso es un tren español de tomo y lomo, y los guiris que apanden, que si quieren sacrificio no les basta con el caminito desde Roncesvalles. A la vuelta les toca sufrir todas esas desgracias -de las que ellos también tienen parte de culpa, como vimos- y algún revisor malencarado, desagradable y maleducado.
Eso sí, cuando vamos a comprar el billete y nos cobran 18 euros nos quedamos de piedra, con un estupor que a duras penas podemos describir. Yo me pregunto cuánto habrán pagado los pobres que van a Hendaya -y tienen que soportar un viaje de 12 horas- y ahí es cuando pienso si esos turistas franceses, amigos de descalzarse y enemigos acérrimos de la higiene, no se vengarán de los españoles intentando ahogarnos con sus efluvios. Y si es así, razón no les falta.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Insultando con un poco de clase.

El comentario deriva directamente del anterior. En el mencionado foro uno de los internautas insultaba a diestro y siniestro a todos los que no compartían su opinión, pues para él "el perro de mierda" no se merece mayor consideración. No habría entrado al trapo si en una de sus intervenciones no se hubiese quejado, de entre todos los males que asuelan nuestro pais, de la mala educación.
No sé lo que mi colega forero entiende por mala educación, pero yo, que soy un purista, entiendo lo siguiente: me parece de mala educacón hacer caso omiso de las normas de ortografía que para mí alcanzan el rango de leyes; me parece mala educación no respetar la más mínima corrección sintáctica, y me parece mala educación mentar a la madre de aquellos que participan en un foro público si su opinión no coincide con la de uno.
No quiero decir que el insulto, el insulto liberador clásico y de toda la vida, no sea respetable en determinadas ocasiones. Un "imbécil" soltado a tiempo puede prevenir catástrofes mayores, y sacar de dentro toda esa inquina de forma verbal puede servir para evitar males físicos mucho más perjudiciales para la salud. Ahora bien, llamar "subnormal" a alguien por el mero hecho de no estar de acuerdo con su opinión me parece de muy mala educación, así como recomendarle -y cito literalmente- "meterse su querido diccionario por el culo" me parece que está de más.
Al margen de estas consideraciones que demuestran que mi cibernético interlocutor era una persona realmente maleducada, me asusta que todavía haya quién piensa de este modo y que añade como firma en sus mensajes un "Arriba España". Con los tiempos que corren, donde la cultura es más accesible que nunca, parece increible que todavía se den muestras facistoides entre la población más joven y supuestamente más educada.
Puestas las cosas en claro, si yo ahora digo "coño, menudo imbécil" no me pongo a su nivel. En primer lugar porque no insulto como arma de defensa, producto de mis inseguridades y complejos como es evidentemente el caso del ternasco falangistoide, sino como respuesta a un estímulo perfectamente analizado. Además, "coño" es una palabra perfectamente arraigada en el español, con una tradición oral -perdón por el juego de palabras- y escrita que la avala como interjección válida a la hora de mostrar exclamación; por otra parte, "imbécil" está empleada no como un término peyorativo, sino que como se recoge en "mi querido diccionario", define a alguien falto de entendimiento.
Ahora bien, si los términos parecen demasiado mundanos, ahí van unos cuantos que podrían servir perfectamente para definir al chaval y a todos los de su ralea: estultos, protervos, gaznápiros, ceporros, bodoques, mamelucos, zoquetes y pazguatos.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Del asesinato como una de las bellas artes.

Copio sin pudor el título de la obra homónima de Thomas de Quincey. Pongo a los posibles lectores en antecedentes: ayer participé en un foro de opinión. Normalmente nunca haría algo parecido, ya que soy reacio a ciertas muestras desaforadas de entusiasmo, pero el tema me afectaba directamente, o, al menos, va con la profesión que he elegido.
El asunto sobre el que se opinaba era el siguiente: un artista sudamericano efectuó una performance en una galería que consistía en coger a un perro abandonado, atarlo a un radiador y dejarlo morir de hambre mientras los asistentes observaban impasibles. Evidentemente, un tema como este no deja a la gente indiferente, y entre los comentarios había de todo: desde los que se acordaban de la madre del artista a aquellos que exigían atarlo de sus partes hasta que reviente y otros que se indignaban al ver cómo la gente se preocupaba de un perro y no de sus congéneres.
Ninguno de aquellos 60000 (sí, sesenta mil) personajes registrados dio un paso más allá y llegó al meollo del asunto. A parte de las muestras de repulsa, perfectamente lógicas, lo que cabe plantearnos es hasta qué punto la sociedad occidental, tal y cómo la conocemos, se encuentra enferma. El momento en que un ser humano es capaz de cometer un asesinato, sea de cualquier especie, por simple diversión o curiosidad, pierde parte de su condición de homo sapiens que como tal viene definida por el lenguaje y el raciocinio.
La capacidad de sentir empatía con otros miembros de su especie, o no, es algo que ya tienen los animales, y queda perfectamente ejemplificado en la leona que defiende a sus cachorros. Sin embargo, sólo el hombre sería capaz de traspasar esos límites por simple curiosidad intelectual. Es este el argumento de La soga, y lo que de Quincey planteaba en su obra a partir de la separación de lo bueno y lo bello en la filosofía kantiana.
El principio de kalokagathia griego (lo bueno es bello) se había perdido de forma irremediable, y esto unido a la falta de escrúpulos de la sociedad, y al mandato de unos gurús que afirman lo que es arte y lo que no da como resultado aberraciones como esta.
No voy a dejarme llevar por el entusiasmo ni voy a soltar lemas agresivos contra el supuesto artista, pero al paso que vamos, no me extrañaría que dentro de unos siglos el perro ya haya sido sustituído por un niño o por un abuelete de esos que se quedan abandonados en las gasolineras. No quiero ser demagógico, pero el tiempo se ha encargado siempre de demostrarnos que la maldad del hombre no conoce límites; anteriormente el arte servía para reconciliarnos cuando estábamos en estos estados de indignación y de desesperación, pero con estos ejemplos, a ver quién sigue creyéndolo.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Monomarentales. Osea.

Somos tan políticamente correctos que a la hora de hablar nos da igual cometer las más bárbaras tropelías contra el lenguaje que harían enrojecer a un estudiante de bachillerato -de los de antes, obviamente-.
Ya dije alguna vez que en la tele las periodistas y los periodistos -guiño revertiano- hablan cómo Dios les da a entender, o más bien, el demonio. El otro día estaba desayunando viendo uno de estos programas de tertulias mañaneras, cuando uno de los participantes hablaba de las familias monoparentales.
Pues bien, a su lado, una avezada periodista le corrigió y apuntilló algo así como "y monomarentales". Y el periodista se hizo eco de la apostilla y prosiguió su alocución "es cierto, las familias monoparentales y monomarentales..."
Hay que ser gilipollas -perdón por el entusiasmo, pero es lo que me salió del alma- pensé al oir tamaña estupidez. Monoparental, efectivamente, viene de mono (uno) y parens-tis (padre), pero no "padre" en el sentido masculino que tiene el término, sino relativo a la parentela. Padre deriva de patris, así como madre viene de mater. Por lo tanto una familia puede ser matriarcal o patriarcal, pero nunca marental, porque en latín no existe el término "marens".
El caso es que se quedaron tan anchos, él con su corrección política -que no etimológica- y ella con su reconocimiento y su aportación a la filología clásica, y estas son las cosas que a mí me revientan. Somos tan estúpidos que por tener a todos contentos somos capaces de empeñar la Historia, la Lengua y hasta la ropa interior, si me apuran, para que se nos vean los miembros y miembras y todos estén happies que lo flipas. Que para eso los ingleses son muy listos y pasan de géneros. All stupid, y punto.

domingo, 31 de agosto de 2008

Esta infame clase política.

Ya he dicho alguna vez que los políticos de hoy en día no están a la altura de los de antes. Una Transición como la del 75 sería impensable con el ganado que hoy campa a sus anchas por el Congreso de los Diputados, una Constitución firmada por Zapatero, Rajoy y Llamazares podría ser lo más caótico, y ya más de cerca, las comunidades autónomas -que ya se merece capítulo aparte- en manos de Rovira, Quintana e Ibarretxe sería algo impensable.
El caso es que el panorama político cada día nos ofrece novedades para aquellos que contemplamos a nuestros dirigientes de forma harto descreída. Primero porque lo del talante -bueno o malo- ejercido sin control y pretendiendo dar la razón a todo el mundo es algo que no se sostiene por mucho que a ZP le duela. Segundo, porque esa reticencia a ejercer un poder con el que ha sido investido según la votación de la mayoría de los ciudadanos acarrea más problemas de los que podría suponerse; alguien dijo que es peor la indecisión que una mala decisión.
Todo esto viene a colación a raíz del funeral de Estado por las víctimas del accidente aéreo y por la liberación de Arnaldo Otegui. Me explico.
Lo del funeral de Estado me parece ridículo. Las víctimas del accidente de Barajas no perdieron su vida defendiendo a su país en una guerra o en el ejercicio de una labor pública reseñable que justifique tamaña afrenta. Porque a mi entender, un funeral de Estado es aquel en el que políticos de toda ralea acuden a hacer leña del árbol caído, con presunta cara de duelo bien fingida para salir en la foto, si hay suerte, al lado de unos llorosos Juan Carlos y Sofía. En cualquier caso, y aunque esto suene duro, no hay diferencia entre el albañil que se cae del andamio y se mata y las víctimas del JKK5022; la única diferencia sustancial es que para merecer el reconocimiento del estado deberían caerse 153 albañiles del mismo andamio, lo cual sería mucha casualidad.
Lo de Otegui, bueno, qué quieren que les diga. En el fondo me hace gracia ver que hay gente más cínica que un servidor. Otegui sale de la cárcel y muy preocupado -con una carrera de Derecho terminada bajo el brazo- dice que el diálogo es fundamental para acabar con el conflicto vasco, que sólo puede solucionarse con la comprensión mutua del gobierno y ETA. Ahí es cuando pienso que verdes las ha segado Zapatero con su diálogo esperanzador, líder de los dialogantes del mundo mundial. A todo esto, ponen unas imágenes de Otegui leyendo un manifiesto al lado de unos encapuchados quemando una bandera de España...
La cosa no habría ido a más si el que le responde no fuese el infalible Pepe Blanco, diciéndole que el gobierno no iba a parlamentar con terroristas porque todas las puertas se habían cerrado. A mi entender, Pepe Blanco no forma parte del gobierno. Es vicesecretario general del PSOE y así aparece rotulado en sus intervenciones televisivas, pero al margen de su puesto como diputado no ocupa ningún cargo en el equipo gubernamental de ZP: no es ministro, no es director general de nada, y aún así se proclama portavoz del gobierno.
Así las cosas, uno acaba echando de menos un Azaña, un Cánovas o un Canalejas, es decir, políticos de vocación y no simples funcionarios, que es lo que hay ahora. Y yo, que soy descreído respecto a este país tanto como respecto a la superioridad moral y ética de la Santa Iglesia de Roma, estoy convencido de que eran igual de corruptos, ladrones y sinvergüenzas como los de ahora, pero por lo menos sabían escribir. Algo que les queda muy lejos a los miembros y miembras de este circo político que es España.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Los nuevos pijos.

Antes ser pijo implicaba ciertas bases inamovibles que todo el mundo conocía, aceptaba y llegados al caso, si la premisa te convencía, las compartías.
El pijo de pro, el de verdad, era el que llevaba camisa Lacoste con un jersey de Ralph Lauren al cuello. Pantalones de pinza, zapatos náuticos o castellanos, y el pelo cortado en media melena engominada hacia atrás para emular a Mario Conde. El pijo hablaba sin demasiadas ganas, harto del mundo vulgar en el que le había tocado vivir, junto con Pocho, Cuca y Piti. Y el pijo, decía oseasabestelojuro y se quedaba tan ancho.
Estos pijos siguen existiendo, pero hay otros que han subido a su escalón de superioridad. Son los guays.
Es guay ser alternativo, pero también es guay ser progre dicharachero y alardeante de compromiso social. Es guay definirse como comunista porque vas a la fiesta del PCE y después tienes un Audi A3 aparcado delante de la Facultad, regalo de fin de Bachillerato de papá. Es guay ir a conciertos ruidosos con otros amigos igualmente guays. Pero lo más guay es abrir la boca para soltar diatribas políticas hablando de compromiso, solidaridad y demás nobles conceptos que suenan a risa en boca de hijos de médicos, abogados, políticos y dentistas.
Y que nadie me malinteprete porque siempre hay algún listo que dice "mira tú qué gentuza, cómo critica a los pobres chavales".
Que conste que los "pobres chavales" no tienen nada de pobres, aunque les guste el aspecto que prueban como algo novedoso dentro de su bienestar habitual, tan aburrido por otra parte. Los pobres chavales tratan con inmensa frivolidad temas que, no digo yo que no, a alguno igual le preocupan seriamente.
Como comprenderán, a mí los guays no me caen demasiado en gracia. Me pasa lo mismo con los alternativos y otros sectores de la población, incluídos los pijos de jersey al cuello y zapato castellano. Pero bueno, debo reconocer la deuda que tengo con estos grupos tan simpáticos, pues gracias a ellos hay veces que estas cosas se escriben solas.

viernes, 22 de agosto de 2008

Reunión de pastores...

Las tragedias siempre venden, y por cruel que suene esto, los hechos son los hechos. Only the facts, cómo diría algún juez anglosajón. Y el caso es que desde ayer, con lo del accidente en Barajas, la prensa que se supone debería ser más veraz, con más tacto y más profesional, está demostrando un nivel bajuno y soez en el que los periodistas del Telediario ya no se diferencian de los reporteros del Tomate.
Hace tiempo este tipo de comportamiento habría resultado sorprendente para todo el mundo. Yo no recuerdo que en el 11M los cámaras acosaran a los familiares de los muertos en el recinto Ferial de Madrid, convertido en inmensa morgue como vuelve a suceder estos días. Sin embargo, ahora sí que hay grupos de periodistas que se agolpan a las puertas de IFEMA para preguntarle a los familiares a quién han perdido.
Morbo, simple y cruel, para satisfacer la necesidad del público. Los espectadores de los informativos ya no son un grupo de gente que quiere saber qué pasa en el mundo. Ahora de lo que se trata es de tirar del hilo hasta el límite, sin que se rompa.
Sucedió lentamente, y la gente poco a poco dejó de darse cuenta de lo que es normal y lo que no en televisión. Desde las bajadas de pantalones de Boris Izaguirre hasta Moros y Cristianos, la entrepierna de Nuria Bermúdez, Tamara, el Pozí, Leonardo Dantés, Belén Esteban, Ana Obregón, Jorge Javier Vázquez y el Tomate, las difamaciones que se vierten sobre personajes difuntos incapaces de defenderse... todo esto fue dejando su poso, y poco a poco la televisión se ha convertido en un reducto de impresentables que hacen su trabajo para un público embotado que ya ni siente ni padece, siempre dispuesto a reír la última gracia de los colaboradores de Ana Rosa Quintana o a crucificar al escritor de turno en base a las opiniones tan fundamentadas como pueden ser las de Jimmy Jiménez Arnau.
Por supuesto que hay excepciones, pero el mal mayor está ahí, y los pocos espacios que le pueden hacer frente se ven relegados a horarios intempestivos que acaban minando la fidelidad del espectador más entusiasta. Después hay otro tipo de programas, que intentan ir por el mismo camino, pero que se quedan a medias, convertidos en tertulias de amigotes para amigotes, que como Juan Palomo, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.
Pero a lo que iba. No deja de sorprenderme cómo ha degenerado el aparato televisivo llegando a extremos de crueldad inaceptable. Viendo cómo los periodistas -profesión que me parecía dignísima, pero que cada vez me va dando más asco- le meten el micrófono por la fuerza a un viudo para que cuente cómo ha perdido a su mujer y a su hija, me parece el colmo. No sólo del mal gusto, que estos casos, cinismos aparte, ya me importa poco o nada.
Simplemente se echa en falta un mínimo de humanidad y de respeto. Pero es que eso no vende.

sábado, 16 de agosto de 2008

Festival del horror.

A veces uno no debería salir de casa si no es ciego, estúpido o simplemente falto de gusto. Y que nadie me malinterprete, no vaya a ser que algún espabilado piense que los ciegos van en el mismo saco que los horteras. Lo que ocurre es que en algunas situaciones tanto unos como los otros juegan con ventaja.
Me refiero a esos momentos en los que uno ve ciertas cosas que le hacen replantearse su confianza en el género humano. Momentos de crisis espiritual que uno experimenta al ver a una individua de diceiséis años con las botas de su hermana mayor, con tacón, por supuesto, contoneándose con la misma gracia que tendría la pánfila de Kate Moss al salir borracha como una cuba de la discoteca más cool de Londres. Burlándose de la ley de la gravedad con esa confianza que da la adolescencia, creyéndose la reina del glamour barato de pueblo en fiestas, sintiendo que hoy somos libres y que ahí me las den todas, que yo soy la más guapa del mundo y tengo un estilo que ya quisiera para sí Linda Evangelista.
Y ahí está la niña, pintada como una puerta con el mismo gusto que tiene para andar con tacones, luciendo unos pantalones vaqueros de cintura baja -bajísima- y un top escotado que la haría la reina de las fiestas en un pueblecito de Wisconsin.
El festival sigue in crescendo si le añadimos la banda sonora interpretada por una cantante gorda embutida en una minifalda, también con botas altas y tacones, que sólo compensa su falta de talento con su entusiasmo. La canción: "A dormir juntitos". Una ranchera, evidentemente.
A eso hay que sumarle el ruido insoportable de las atracciones, los olores nauseabundos de los puestos de fritangas variadas -puestos en los que churros rellenos de crema y alitas de pollo van de la mano y probablemente naden en el mismo aceite- y los inevitables tenderetes de algodón de azúcar y almendras garrapiñadas, donde una mujer con las manos más sucias que un mecánico tras realizar un cambio de aceite se afana en preparar las deliciosas viandas que entusiasman a los niños.
Un espectáculo dantesco, este de las fiestas populares, que una vez al año tengo que soportar bajo mi ventana, viendo como delante se pasean todos estos enjendros llenos de orgullo patrio y que vuelven al pueblo allá por el 15 de agosto.
Por eso los ciegos y los imbéciles juegan con ventaja: los ciegos porque no tienen que ver esta caterva de despropósitos, y los imbéciles porque están demasiado ocupados comprando alitas de pollo como para preocuparse por otras cosas; mucho menos por el estilismo.

domingo, 3 de agosto de 2008

Políticamente correcto.

Aunque comencé este blog con un marcado carácter frívolo, hablando de cosas como el buen gusto, el estilo, y sobre todo, la falta de ellos -que, no nos engañemos, es lo que más juego podría darnos- hoy creo que tengo que poner mi particular pica en Flandes respecto a ciertos asuntos de la muy noble USC y la reforma del plan de estudios de Historia del Arte.
Les pondré brevemente en antecedentes. Historia del Arte es una titulación propia e independiente, en la que se matricula gente que, vaya a saber usted por qué, está interesada en el asunto. No se trata de Económicas o Derecho, donde el 80% del estudiantado no es vocacional, sino rebotado de otras carreras, bachilleratos mixtos e hijos de abogados o economistas. En Historia del Arte los alumnos sienten y viven lo que estudian -no dudo que algún abogado también- y viven para el Arte.
El Arte, con mayúsculas, que toda la vida se ha considerado uno de los bienes mayores de la humanidad junto con los avances científicos, y que, para pasmo de alguien que no conozca el ambiente de Facultad, no da tiempo a explicar dado las exigencias del programa y la temporización de los cuatrimestres.
Me explico:
Tenemos una asignatura de Arte Moderno anual, es decir 8 meses, en la que se nos da un cuatrimestre para explicar el Renacimiento y otro para el Barroco. Dos de los períodos más importantes, con más obras y nombres de artistas de toda la Historia, en 8 meses. El resultado es que los profesores nunca llegan a Miguel Ángel, sólo a marchas forzadas y con calzador pueden deslizar alguna imagen de la Capilla Sixtina y con suerte, la Piedad aparece de refilón.
Tres cuartos de lo mismo pasa con Rembrandt. La única pintura barroca que se enseña, porque da tiempo, es la de Caravaggio, que tampoco es moco de pavo.
Hay más ejemplos como el de Arte Moderno: Medieval, Contemporáneo... eso sí, gracias al excelente plan de estudios vigente, tenemos tres asignaturas -sí, tres, como tres soles- dedicadas al Arte Gallego. No es por ser reaccionario, pero si alguien se pasea por el Museo do Pobo Galego y contempla las pinturas de Gregorio Ferro sabrá el porqué de mi indignación.
No nos engañemos, el Arte Gallego tal y como lo entienden los profesores es el arte penoso y aletargado de una región que está donde Cristo dio las siete voces, por algo le llamaron el Finis terrae. Y los pintores y escultores gallegos, como mucho, podrían defenderse a modo de curiosidad -algunos ni siquiera eso- por lo malo, pésimo incluso, de su obra. Eso sí, como es lo que vende y a lo que se dedicaron la mayoría de nuestros santos profesores cuando estudiaban en esas mismas aulas en las que ahora nos torturan, tenemos que pasar por el aro y comulgar con ruedas de molino diciendo que Dionisio Fierros fue un pintor como la copa de un pino. Así, echando cuentas, le dedicamos al asunto un total de aproximadamente nueve horas semanales, todo el arte gallego concentrado en el primer cuatrimestre del tercer curso, que es ya de por sí prueba de fuego y auto de fe que pone en peligro la continuidad de más de uno en la carrera.
Y todo esto venía a colación porque en el borrador del plan Bolonia que nos afecta, el Arte Gallego iba a ser una asignatura optativa -ya vi el cielo abierto, si no para mí, sí al menos para las generaciones futuras-, pero como siempre hay un grupo que manda y tiene la sartén por el mango, al final es asignatura obligatoria, quedando relegadas asignaturas como Historia del Urbanismo o Ideas Estéticas, que al fin y al cabo son asunto baladí en cuestión de Historia del Arte.
¿A quién le importa la evolución de toda la filosofía que se ha encargado de discernir los asuntos de la Belleza? ¿Qué más da lo que pensaba Kant, si su filosofía no dejó ningún rastro en la obra de José Cancela, ese ilustre ejemplo de pintor gallego? ¿Para qué diablos vamos a explicar a Nietzsche, que ya cuesta horrores escribir el nombre correctamente bajo la presión del examen, si podemos centrarnos en Manolo Paz, que es mucho más fácil de escribir y sus esculturas son mucho más grandes?
Y así, con tremendo dolor de corazón pensando que esto no lo arregla ni San Pedro bajado del cielo, ni Teresa de Calcuta resucitada, mientras haya semejante caterva de profesores, cuervos interesados y políticos chupatintas que no han leído un libro en su vida. La cosa seguirá yendo a trancas y barrancas, pero ni todos los Cancela del Río, los Ferro Requeijo, los Fierros y los Gambino del mundo podrán hacer que reniegue del Arte.

sábado, 26 de julio de 2008

Bendita ignorancia.

Es lo que pensé cuando vi a una señora con una blusa floreada, una falda blanca muy corta y unos pies con calcetines blancos dentro de unas sandalias color rosa palo. Gafas de sol desproporcionadamente grandes, de pasta blanca, y un sombrerito de paja con una cinta roja completaban la vestimenta de esta oronda paisana que mecía su poderoso tonelaje en la principal vía de la ciudad, para admiración y espanto, imagino, del resto de la concurrencia.
Eso en una ciudad bien educada, de principios de siglo XX, habría sido imposible. Para empezar alguna marquesa habría llamado al orden público correspondiente para que eliminaran tamaña ofensa a las más básicas normas de etiqueta y buen gusto, saber estar y dignas maneras. Y el orden público, con una inclinación de cabeza y un "sí, señora marquesa, faltaría más" habría hecho su trabajo con diligencia y prontitud, trasladando a la interfecta a un lugar donde su atuendo y sus maneras no ofendieran a la vista de los nobles espectadores que tomaban el té o el café, incluso el chocolate con lenguas de gato, en las terrazas de verano.
El asunto no habría pasado de ahí, del simple incidente. Pero, en ese momento cumbre, me imaginé qué podría estar pasando por la cabeza de la mujer cuando, al levantarse por la mañana, decidió ponerse ese conjunto tan veraniego. Probablemente nada, y cogió lo primero que pudo encontrar en el armario o vaya a saber usted dónde la pobre verraca guarda la ropa, si es que éso es ropa. ¡Qué feliz es aquél al que nada le importa y todo se le da una higa!
Algunos pensarán que soy un clasista redomado, producto de una educación arcaica y algo que habría que eliminar en una revolución o, si no da para tanto, al menos en una revueltilla casera. El caso es que creo firmemente que cada cual es muy libre de vestirse cómo le venga en gana siempre y cuando acepte las consecuencias de sus actos. Si uno va a la inauguración de temporada de la ópera de París y decide ir vestido de bermudas, camiseta y zapatillas que no se extrañe si todos los parisinos de pro lo miran con el asco más absoluto y no le dirigen la palabra. Y viceversa, si el interfecto decide ir a ver un partido de la selección de fútbol vestido de frac y pajarita blanca hará un ridículo espantoso.
Me pregunto cómo se vestiría aquí la amiga que originó la reflexión para ir a la ópera. Y sólo de pensarlo me lleno de horror y espanto.

jueves, 24 de julio de 2008

Gentes de fuera (y algo más).

En estas fechas mi pintoresco pueblo se llena de gente que viene de diversos lugares para pasar las vacaciones. Algún guiri viene del extranjero, que eso aquí tiene mucho fuste y todavía causa honda impresión en los lugareños ver ingleses, y hasta chinos, paseándose por las calles tan campantes; pero la mayoría son de aquí, de esos que se marcharon hace treinta años a Madrid o a Barcelona y ahora vienen pisando fuerte, como si llevaran unos Manolo Blahnik de Carabanchel o del Rabal.
Son estos personajes animalillos peculiares que nos ofrecen un espectáculo digno de ser analizado minuciosamente. No se visten como sus hermanos o primos que se quedaron en el pueblo y que siguen siendo una panda de paletos a los que sólo les falta la boina y el paraguas colgado del cuello. Ellos van con pantalones piratas y a ser posible vaqueros, con una camiseta del bar "Coruña", que es cómo le llamaron a su negocio barcelonés en un ataque de morriña, gafas de pasta y cadena de oro, regalo de la parienta, con las fotos de los churumbeles grabadas con láser.
En Barcelona van vestidos de normal e incluso se comportan como sería digno de esperar de personas que se han educado en los Escolapios o en otro colegio de renombre, pero ya se sabe que donde hay confianza da asco. Lo que no saben aquí mis primos es que también donde las dan las toman.
El típico gallego catalanizado o madrileñizado se comporta como si fuera su obligación mostrar a los que vivimos en el pueblo la maldita ignorancia en la que vivimos sumidos, oh, pobres de nosotros. Llega al supermercado y protesta, porque aquí todo está mucho más caro, y el muy imbécil dice con toda la calma del mundo que "claro, como esto está tan lejos y hay tantos intermediarios..." sin darse cuenta de que la leche que desayuna todas las mañanas en la urbanización de Leganés sale de una vaca que vive a cinco minutos de la casa del pueblo de sus padres.
Hay más, por supuesto. El típico retornado lleva a sus padres a dar un paseo en su coche nuevo, que es mucho más grande y mucho más cómodo que el de su hermano, que sigue con el mismo Seat Panda desde hace diez años. Y sus padres, conmovidos, lloran de alegría cuando el retornado aparca en el patio de la casa familiar y de ese cochazo se bajan la parienta, Mary Luz, por más señas, la Vanessa y el José Juan, que así se llaman los retoños. Entonces la abuela les da unos jerseys que les tejió para el invierno, y los dos miran con asco ese burdo fardo de lana, porque la abuela, hay qué ver colega cómo le patina la neurona a la vieja, no sabe que ellos no se ponen nada que no sea de marca.
El nuevo barcelonés madrileño, además, lleva a sus padres al hospital para que les hagan un chequeo y el médico certifique que están bien y que aguantan otro año por lo menos, que el imbécil de su hermano el patatero sólo los lleva cuando les duele algo y para eso a saber cómo conduce el muy burro, hombre por Dios, que siempre fue el más cortito de los dos. Cuando los papás han pasado con éxito la I.T.V. del INSERSO se los lleva a casa otra vez hasta el año que viene.
Y el nuevo rico, además, aunque va de sobrado diciendo lo bien que come en los más finos restaurantes con las más selectas amistades, algún futbolista famosete incluso, trae un hambre canina que hace que los ojos se le enciendan cual ascuas a la vista de un jamón o un salchichón; los mismos de los que llenará el maletero antes de irse, con un saco de patatas nuevas y unos grelos, porque en Madrid "de esto ya no se encuentra". Entonces es cuando el imbécil del hermano saca una sonrisilla torcida hacia un lado, muy sutil, y le da una palmadita en la espalda al de Barcelona, como diciendo "hala, macho, tú vete hasta dentro de un año que de la próxima cosecha ya me encargo yo".
Y así se va el de Barcelona / Madrid, más contento que unas pascuas porque durante quince días ha sido la mar de campechano, como el Rey; ha hablado todo el gallego que no habló cuando vivía aquí, y entre los cadáveres que lleva en el maletero y los jamones que se comió en casa hizo un total de unos seis cerdos.
Que contándolo a él son siete.

miércoles, 23 de julio de 2008

Petardas.

Puedo decir sin pudor que aborrezco a cierta parte de la población. Parte, que con todo tipo de dudas y cuestiones en nuestro haber difícilmente podríamos catalogar de humana, pues raramente muestran en público dos factores que definen al homo sapiens: la capacidad del lenguaje articulado de forma coherente y el control de los impulsos primarios.
Esta parte, donde mis queridos animalitos campan a sus anchas, se exhibe en programas de televisión matutinos y vespertinos para regocijo de las marujas que, abandonadas por su Manolo que felizmente hace la siesta o juega la partida con los amigos, no tiene nada mejor que hacer que enchufar el aparato y dejarse llevar por el torrente alocado y dicharachero que sale de la boca de Belén Esteban.
Y digo "sale por la boca" porque no se puede decir que la mujer hable stricto sensu, sino que en ocasiones emite vocablos producto de su docta y singular inventiva, que los otros tertulianos ríen ante la cara pizpireta de la reina del populacho. No entremos ya a cuestionar lo burdo de la situación cuando intenta pronunciar algo más complejo que "me entiendes"; si no es capaz de captar la sutileza de "emitir un gas" -disculparán lo soez del tema, pero es lo que es- mucho menos podrá acentuar debidamente una esdrújula, que eso para ella debe ser anatema y vicio, y le sonará a postura rara del Kamasutra.
Pero no es Belén Esteban el único blanco de mi mirada. Toda la panda de supuestos periodistas que la rodea tiene tanta o más culpa que ella, que al fin y al cabo no es más que una pobre mujer en la que un analfabetismo funcional no llama más la atención que un misionero del Congo con disentería. Tanta culpa tiene el que mata a la vaca como el que le tira de la pata, dice cierto refrán. Por eso, la inefable AR, a la que tantas veces he admirado ya que representa lo más bajo que se puede caer en el mundo de la prensa, aporta su granito de arena a la pitanza.
Es dantesco ver cómo en el plató, ante un montón de señoras entradas en años que ríen las ocurrencias de los tertulianos, éstos hacen preguntas que sólo le podrían interesar al confesor de la interfecta para darle una extremanción in extremis, y un más que necesario ego te absolvo para que no vaya de cabeza a la caldera de Pedro Botero. Sin embargo, aunque la amiga Esteban tenga cierta esperanza de redimir su alma pecadora, no creo que haya dómine capaz de lavarle la conciencia a toda la tertulia de alrededor.
No voy a entrar en el tema de los programas nocturnos donde Cantizano se ha convertido en fenómeno de masas, orgullo de la libertad de prensa y el yerno que todas las marujas quieren para su Jeny, que aún es soltera y en edad de merecer. Me paso esa pseudo cultura por donde la espalda pierde su nombre, porque me parece mezquina y bajuna, tanto que creo de firme que no debería haber programas como ese. No porque crea en el valor educativo de la televisión y en la buena voluntad de los empresarios que son sus dueños, sino porque ofenden a todo buen sentido y a las buenas formas. El No te rías que es peor tampoco educaba, pero al menos estábamos a salvo de escuchar barbaridades y a veces uno incluso se reía con un chiste o un chascarrillo. Yo, jamás me he reído viendo los fragmentos que sacan del programa de Cantizano.
En fin, que la televisión no es sino otro síntoma de esta España plural que estamos viviendo y que siempre ha sido la misma, sin importar el color del gobierno de turno o las intenciones de sus ministros: siempre ha sido más grato ver cómo el vecino le pega al de al lado o hablar de quién se pasea por la cama de la del 5º que abrir un libro y ponerse a leer, que encima sólo hay letra y hay que echarle imaginación. Y ahí, donde otros ven una lacra yo veo una ventaja inconmensurable, porque nunca, y digo nunca, me imagino a Belén Esteban mientras leo.

viernes, 18 de julio de 2008

De las buenas maneras.

La clase y el buen gusto no se demuestran sólo con saber combinar los calcetines y el cinturón, o sabiendo qué zapatos van bien con el vestido de turno. Ni siquiera se demuestra únicamente eliginedo sabiamente el modelo perfecto para acudir a la ópera o a una recepción en una embajada.
Hay factores que denotan cierto saber estar, cierto savoir faire, que dirían mis amigos los franceses, que nada tienen que ver con la ropa, los complementos o el maquillaje. Y uno de estos factores es la capacidad para obrar correctamente en según qué tipo de situaciones, a menudo difíciles o comprometidas, que ponen en jaque nuestro código de conducta.
Habría que decir que no es elegante no responder a una carta o negar el saludo cuando vemos a alguien conocido por la calle, por mucho que no nos apetezca pararnos a hablar con él: decía Víctor Manuel II, Rey de Italia, que una medalla y un saludo no se le niegan a nadie. Y esto ya es muestra de que los reyes de antes, igual de inútiles y muchas veces mucho más nefastos que los de ahora, por lo menos sabían mantener las formas. "Hasta en una declaración de guerra han de observarse las buenas maneras", decía Bismarck.
De poco nos sirve un modelito de Prada, unos zapatos de Ferragamo y un bolso de Louis Vuitton si después la ocupante no está a la altura de los complementos. Triste situación la de la pobre mujer que creyéndose una diva no es más que fachada, oropel vacuo, enfundada en un disfraz de alta costura.
Ya lo decía la perfecta Audrey: "la elegancia es una actitud".

jueves, 17 de julio de 2008

Mal gusto.

Sabrán reconocer que para ciertas cosas todos somos un poco peculiares. Personalmente, a mí me pone de los nervios el mal gusto. No se trata de cualquier mal gusto, sino del mal gusto exacervado, el mal gusto entendido como forma de vida, el mal gusto del que sus portadores hacen gala con un orgullo atroz cual dueños de un pura sangre ganador del Derby de Kentucky.
Hace unos días me encontraba en un concurrido museo, donde la gente llenaba los pasillos sin orden ni concierto. Las masas de turistas ingleses, japoneses y españoles parecían pugnar por echar raíces en el poco espacio que quedaba libre, detenidas ante las más importantes obras de arte en grupos que hacían imposible la contemplación a todo aquel que no pertenecía al noble círculo de Acaparadores Malolientes y Sudorosos S.A. Porque con un calor abrasador, en una estancia de tamaño moderado, sin un lugar libre en el que poner los pies, la higiene es algo altamente necesario. Y todavía hay quien no lo entiende.
Los grupos de turistas son malos, pero la administración del museo es todavía peor. No importa cuánta gente pueda caber en condiciones mínimamente humanas con tal de meter en caja los 14 eurazos de cada uno. Subiendo las escaleras mecánicas y durante todo el recorrido -al cual estás obligado a ceñirte- parecíamos judíos que iban camino de Auschwitz. No hablemos ya del comedor, ese chiringuito abarrotado de japoneses e ingleses que hace que conseguir una mesa con una silla sea el logro del siglo, comparable en el momento con el descubrimiento del radio de la señora Curie o la penicilina del señor Pasteur. Como los solados de Iwo Jima podríamos haber coronado nuestra conquista con una bandera, después de haber defendido el espacio con uñas y dientes.
Resulta impresionante, tanto que no hay palabras que describan la sensación de tortura y malestar que se puede dar en un lugar que debería ser el paraíso para cualquier amante del arte. De esta forma resulta que cada vez que visito ese lugar la experiencia es peor: cada vez hay más gente, cada vez hay más partes cerradas, y cada vez el personal es más impertinente. Va a ser verdad aquello de que ya nada es lo que era.
Ni siquiera el arte.

lunes, 30 de junio de 2008

Basado en hechos reales.

Sólo se me ocurre a mí encender el televisor a las cuatro de la tarde de un fin de semana. Horror es una palabra que dista mucho de llegar a definir por completo la sensación que me embargó viendo la película de sobremesa de Antena 3.
No era Atrapada por su pasado, que no sé si existe pero tiene madera de clásico. Se trataba de una película de un hombre que, harto de su suegra, decide eliminarla sin dejar rastro. Cometido encomiable, por otra parte, pero tratado de una forma deleznable por un realizador franco-suízo-alemán y con unas interpretaciones que harían que a su lado hasta Jennifer Love Hewitt pasase por la Sarah Benhardt del siglo XXI.
Estas películas, además de instructivas y soporíferas, aportan una visión complementaria al día a día. La mayoría dicen estar basadas en hechos reales, que digo yo, a ver de dónde sacan semejantes historias, pero ya lo decía Oscar Wilde: es la vida la que imita al arte. Aunque yo quisiera saber qué tipo de arte es este que imitan en estas películas, tipo La sombra del destino, Cuando la muerte se llama Laura o Luna de miel amarga. Por poner tres títulos más que posibles.
Recuerdo mi infancia, con mi bisabuela, viendo telenovelas que al lado de esto parecen los folletines de Alejandro Dumas, por hacer una analogía. Recuerdo también largas horas descifrando quién era el hijo de quién, preguntándome qué sería aquello que ocultaba la tía sorda y ciega que al final resultaba ser el hermano mutilado de la protagonista; o aquellos momentos en los que mataban a un personaje principal, que luego salía en el Hola contando su próximo proyecto en una película con Lorenzo Lamas.
Además, invariablemente, estas películas de tarde terminan todas igual: la chica con el chico nuevo que si puede ser policía mejor que mejor, la mala o malo arrestados delante de un grupo de gente que se queda perplejo ante tanta maldad oculta, los personajes secundarios desaparecen en el tercer acto y nunca más se sabe de ellos, pero tampoco importa.
Después, antes de los créditos, nos cuentan cómo acabaron, ya que está basada en hechos reales: John Wittgenstein cumple condena en la penitenciaría -allí nunca dicen cárcel- del estado de Michigan; Ralph Emmerson se mudó a Kansas donde compró una granja y fundó una familia; Rick Patterson y Elsie Röhmer se casaron y siguen viviendo en Creeck Falls, donde han criado a tres hijos. Ella, por las noches, sigue teniendo miedo...
Y ahí pienso que, probablemente, yo esta noche también tenga miedo sólo de pensar en lo que pueden poner el sábado que viene.

domingo, 29 de junio de 2008

Manual del perfecto "cool-hunter" (y II).

La otra vía cool que te queda, descartando por razones evidentes a los "moderno-rasta" es la tendencia "moderno-retro". Sin lugar a dudas es esta la que más satisfacciones puede dar a un perfecto cool-hunter, buscador avezado de tendencias, víctima del mundo más fashion y una style-star total.
Si quieres ser moderno-retro deberás empezar por tu físico. La gordura no es moderna ni retro, así que deberás lucir un aspecto magro, buscando la evidencia del hueso que está debajo de esa piel bronceada y maquillada que resplandecerá en toda su gloria con la ropa adecuada. Además, llevarás un corte de pelo que dependiendo de tu grado de fashionabilidad estará comprendido entre el flequillo afeminado y el moñito recogido, más afeminado si cabe.
Tus ojos serán un misterio para el resto de los simples mortales. Son el espejo del alma, pero en tu caso irán permanentemente ocultos tras unas Ray-Ban Wayfarer o en su defecto unas Aviator, pero lo importante es que sean de pasta. El color del cristal será el adecuado a la ocasión, pero si hay algo que no falla nunca, es el rosa oscuro.
Respecto a la ropa, desarrollarás un gusto claro por los pantalones pitillo de tonos encendidos, especialmente el rojo. Estos pantalones se ceñirán a tus escuálidas pero elegantes piernas, en cuyas extremidades te calzarás unas Vans de cuadritos o unas Converse. Como complemento elegirás los sombreros tipo borsalino, bufandas tipo pashmina, muy estrechas, y completarás el conjunto con una corbata negra o marrón, igualmente estrecha y de extremo recto, que colgará graciosamente sobre una camisa bien entallada. La camisa tendrá un estampado no demasiado vivo, a no ser que esa sea tu seña de identidad, y por encima llevarás una chaqueta de lana o algodón que te quedrá demasiado grande, abrochada con cierto desaliño pero no por ello menos elegancia.
Si la chaqueta supusiera un sacrificio demasiado insoportable en los meses de calor, podrías sustituirla por un chaleco, a poder ser de rombos, con los extremos de la camisa asomando por la parte baja.
Tras estar completamente ataviado como dictan los cánones retro -te gustan las fotos polaroid, las radios antiguas, la música pop inglesa de los 60/70- irás a beber con tus friends a un lugar alternativo, donde no se ponga música comercial y los grupos sean desconocidos para el vulgo. Si puedes contactar con otros modernos-retro como tú y fundar un grupo entonces serás ya un moderno-retro pata negra.

Con estos consejos, querido mío, tienes lo suficiente como para empezar una nueva vida llena de glamour, serás aceptado por los círculos más fashion, allí donde el resto de mortales sólo pueden mirar con envidia y devoción, y serás objeto de culto por parte de esos pobres y vulgares estultos que quieren ser como tú. Pero ahora que te he encumbrado y te he ofrecido las mieles del éxito, no le digas a nadie más cómo lograrlo.
Sólo tú eres mi obra maestra, pequeño cool-hunter, y así debe ser.

sábado, 28 de junio de 2008

Manual del perfecto "cool-hunter" (I).

Copio sin pudor la idea de Pérez-Reverte en su Manual de la perfecta zorra publicado en Xl Semanal:

Para ser un verdadero cool-hunter lo primero que has de hacer, tierno zagal, es decidir qué camino vas a seguir en la vida. Oscuros son los senderos que te esperan, pero ya lo sabes: Dios escribe recto con renglones torcidos, así que ponte a ello.
En primer lugar te dedidirás por un camino: moderno-alternativo, moderno-rasta o moderno-retro. En cualquier caso, nunca se te pasará por la cabeza montarte en un coche tunning ni harto de vino, sobre todo porque el vino, dependiendo de qué vía escojas, puede no ser cool en absoluto. Nuna escucharás música comercial, y nunca, repito, nunca, bajo ningún concepto, se te ocurrirá hablar sin algún extranjerismo dignamente colocado. Ok?

Si te has decidido por la primera vía estás de enhorabuena. Empezarás por buscar amigos parecidos a ti, pero tú no dirás que son tus amigos, sino tus friends. "Yo salgo con mis friends a tomar unas copas", y así sucesivamente.
Irás incorporando a tu vocabulario palabras en otros idiomas, tales como cool -eso es básico-, fashion, style y algún galicismo que ya resulta arcaico, pero que tú pondrás de nuevo en la cresta de la ola, del tipo demodé.
Una vez afianzados los términos lingüísticos necesarios cambiarás tu fondo de armario por otro radicalmente distinto. Tu ropa habla por tí, y es fundamental que hable mucho. El color fundamental en tu vestir diario será el negro, combinado sabiamente con otros tonos de negro y algún detalle en blanco, por aquello de resaltar. Tus camisetas y chaquetas estarán llenas de chapas de muy diversa índole, desde la cara de Tim Burton a alguna con una inscripción del tipo "I hate school" o "La vida es una mierda". Además te puedes hacer tus propios complementos, estos con colores estrafalarios, cuando más variados mejor, que combinarán perfectamente con tus zapatos rojos. Si eres mujer llevarás lazos de color púrpura o similar en la cabeza; cabeza, por otra parte, cubierta de una mata de pelo verde, rojo o azul brillante. La sensación de pintura de coche metalizada en el pelo es un plus a tener en cuenta.
Una vez te veas en el espejo y pienses que menudo mamarracho tienes delante sabrás que estás por el buen camino. Para completarlo habrás de maquillarte, independientemente de tu sexo, con tonos pálidos y algún perfil oscuro, pero sin caer en la estética "gótica", porque eso no es cool, esos sólo son una panda de cretinos adora-muertos.
Con estos consejos ya tienes para ir cambiando tu vida a una forma más fashion que te abrirá nuevas puertas y con suerte, te brindará nuevas experiencias que te harán un ser humano mejor y superior al resto de pobres mortales.
Eso sí, no olvides que la higiene sí es cool, al menos para tí, joven alternativo que aprecias la belleza resultante de mezclar Bitelchus con Peter Pan aderezado todo con un toque decadente a lo Almodóvar.

Continuará.

viernes, 27 de junio de 2008

El verano.

Personalmente detesto esta época del año.
No soporto el calor agobiante ni las masas de gente sudorosa. Hay algo dentro de mí que se revuelve contra esas mareas humanas que se apiñan en las plazas, en las terrazas de los bares. Llevan pantalones cortos y camisetas de tirantes, incluso algunos se atreven con las sandalias con calcetines (blancos, por supuesto), y están ahí, con la misma gracia que un cadáver que se descompone lentamente bajo un sol de justicia, mientras sostiene en la mano una jarra de cerveza y con la otra se espanta las moscas. Mientras una gota enorme de sudor va resbalando lentamente por la colorada e hinchada mejilla y otras más pequeñas se van formando al final del pelo cortado al cepillo. Mientras los lamparones de sudor se van haciendo cada vez más grandes entre las lorzas bien prietas ceñidas bajo esa camiseta de publicidad que hace juego con la gorra de visera plana.
Es que es algo que me puede. Yo no entiendo el verano como la época en que el calor sirve de excusa para dejarse la educación en casa. Me imagino al Hans de turno, trabajando toda la vida con camisa y corbata, y de repente llega a Palma de Mallorca y parece desarrollar una alergia contumaz a todo lo que sea llevar más de tres piezas de ropa encima -así que échenle imaginación, a ver si se dan cuenta de lo que falta-. ¿Qué fue de aquellos señores dignísimos que se iban de vacaciones y mantenían las buenas maneras?
Claro, que si uno levanta la tapa de un basurero no puede extrañarse de encontrar basura. Pero no es menos cierto que estos ballenatos alemanes, ingleses, daneses o de dónde los saquen, ejercen un poder de fascinación en mí que se podría comparar al que siento por las películas malas de Antena 3, los trajes de rayas o la forma de hablar de algunos presentadores de canales de televisión locales.
Me gusta lo sórdido, pero no el verano.

lunes, 23 de junio de 2008

Cool-hunters, singles, glamurosos y otros imbéciles.

Antes hablar correctamente denotaba distinción y saber estar, y en televisión salían algunos insignes personajes que hacían del lenguaje arte y oficio con una dignidad que haría palidecer a algunos ministros (y ministras) actuales.
Me meto en el campo de la televisión porque es innegable que su influencia va mucho más allá de donde pueden llegar las novelas de, pongamos por caso, Javier Marías. Y porque desde hace unos años se está dando una situación que empeora a medida que avanza el tiempo, con programas "del corazón" presentados por periodistas de muy dudosa profesionalidad, que a su vez entrevistan a patéticos seres cuyos únicos méritos son haberse acostado con el torero de turno o con la ex del torero, o, si me apuran, hasta con el hermano del tío del concuñado de la ex del torero -puede sustituirse perfectamente torero por futbolista, cantante o miembro y miembra del Operación Triunfo del año en cuestión-.
El caso es que no me importaría si no fuera por la nefasta influencia que deja toda esta caterva de analfabetos funcionales en la forma de hablar de la gente normal del día a día. Ahora uno va por la calle y escucha hablar a las niñas como si fueran ahijadas de Belén Esteban, ese ejemplo de lo que se ha denominado glamour de la calle; oye como una presentadora dice "nosotros que somos singles" para decir solteros, pero, hija mía, con esas aptitudes naturales que Dios te dio no me extraña; y ve como alguno se cataloga con total impudicia de "cool-hunter" para decir que va la última porque lleva sombrero borsalino, pajarita y la camisa por fuera de los pantalones y no se le cae la cara de vergüenza.
Nos estamos volviendo un país de gentuza en lo que se refiere al aparato lingüístico, que como cualquier otra cosa en esta vida es determinante a la hora de juzgar las buenas maneras del personal. Que a mí me pise una niñata y luego me diga "uy, sorry" me daría igual en Londres o en Nueva York, pero que lo haga en Santiago, Madrid o Barcelona me parece ya el colmo de la estulticia. Sobre todo sabiendo que esa niña tan educada, cool-hunter, single y stylish como ninguna, lo daría todo por tener un tête à tête con Jesulín y salir después en un programa de Jaime Cantizano a largar por esa boquita de piñón, con todo detalle, cómo el matador le clavó el estoque hasta cortarle las dos orejas. Y cuando Mariñas, o el supuesto periodista que tenga al lado le increpe ciertas actitudes descocadas, o haga mención a su moral distraída -con otros términos, por supuesto, para que la nena lo entienda- la chica montará en cólera diciendo que ella no ha ido a ese programa para que la insulten y le llamen lo que no está en las Escrituras.
Que no va a entrar en detalles diciendo cómo tiene o no tiene el capote el Jesulín de turno, porque ella es una señorita bien educada y eso no es galmuroso. Hasta ahí podríamos llegar.

domingo, 22 de junio de 2008

Supermodelos.

Algunas son monísimas, pero abren la boca y a su lado la Veneno es Don Lázaro Carreter.
El otro día llegué por casualidad, haciendo un poco de zapping, a Cuatro, y me quedé absorto un buen rato viendo el programita en cuestión. Los chicos estaban en una especie de parque zoológico con monos, pajaritos y una simpática foca con la que se hicieron unas fotos -besos incluídos- posando muy profesionales ellos, cual Claudias Schiffers de la vida.
Lo que más me entusiasmó fue darme cuenta del cambio rotundo que experimenta esta gente cuando sale en una foto y cuando abre la boca: en las fotos parecen seres excepcionalmente bellos, llenos de cierta elegancia -bien es cierto que fingida- y sublimemente inalcanzables. En la tele se ponen a hablar y dan ganas de meterle un zapato, de Manolo Blahnik o no, por el esófago para que se queden callados de una vez por todas y para siempre, porque no saben articular, porque no vocalizan y porque tienen una base semántica digna del violador del ensanche o de los grandes éxitos de Leonardo Dantés.
El jurado del concurso también es como para echarse a temblar, si esos son los gurús de la moda adolescente y no tan adolescente de este país. Me imagino a Christian Lacroix muriéndose de vergüenza si escucha los consejos y las descripciones del experto en estilismo Josie (conocido en su pueblo por José Fernández) que según su curriculum ha trabajado en sesiones fotográficas para Vogue -soy incapaz de imaginar haciendo qué-.
Pero bueno, si este plantel de capullos que se transformarán en hermosas flores no llega a buen puerto, y no consiguen superar las durísimas pruebas que les esperan en su glamurosísimo centro de formación, que al menos no desesperen. Son guapos, y cuanto menos abran la boca, mejor.
O no.

sábado, 21 de junio de 2008

Sexo, Nueva York, y Manolo Blahnik.

Ayer quedé con unos amigos para comer, hablar un poco de lo divino y de lo humano, beber, e ir al cine a ver la película de Sexo en Nueva York.
La situación en la que nos encontramos es parecida a la de mis chicas de Manhattan, sólo que en nuestro caso mi caballerosidad innata -y la inexistencia- me impide hablar de nuestra vida sexual.
Después de disfrutar de una comida en una terraza en pleno casco histórico, rodeados de flores, una fuente y bajo un limonero, nos fuimos al cine a ver cómo evolucionaba la vida de estas mujeres que nos han enamorado un poco a todos.
Lo cierto es que Sexo en Nueva York sí nos ha dejado cierto poso, incluso a los que no somos mujeres, y nos ha ayudado a reconocer ciertos fantasmas de los que nos podemos llegar a reír a partir de los ácidos comentarios de Miranda, de la desenfrenada -y por qué no decirlo, envidiable- vida sexual se Samantha, o de la perfecta vida de lujo en su piso de Park Avenue de Charlotte. Y sobre todo, de los inteligentes análisis que Carrie nos ofrece cuando está delante del portátil, tras esa ventana de Perry Street, entre Bleecker y la 4ª Oeste.
Además nos han descubierto un mundo de estilo y saber estar que no está al alcance de muchos, pero del que todos disfrutamos al verlas en la panatalla. Tanto, que hace un rato me descubrí con estupor mirando la web de Manolo Blahnik pensando lo injusto que es que no haga zapatos para hombres.

jueves, 19 de junio de 2008

Disparen sin piedad.

Hace más o menos un mes, un amigo mío celebró su acto de licenciatura. Imagínense la escena: el salón noble del rectorado, las chicas vestidas como para ir a una boda de alto copete, los chicos llevando mal el traje porque nunca han llevado otra cosa que un pantalón de chándal y una sudadera tres tallas más grande de lo necesario, las madres emocionadas, los padres hastiados con tanto discurso animoso por parte de los padrinos de la promoción... Y en medio, destacó una gorda vestida de rosa.
Es inevitable. En todo acto de este tipo que se precie siempre habrá una gorda vestida de rosa, a ser posible con un vestido ceñido que marque bien toda su orografía y sobre un par de zapatos de tacón de aguja que a duras penas sostienen el tonelaje de la dueña. Camina mal, arqueando peligrosamente las piernas con el riesgo que eso supone para los que están en las cercanías y a los que puede pillar desprevenidos una mole embutida en un conjunto de fantasía.
La imagen es terrorífica, casi abrumadora. Podríamos decir que incluso es sublime, en el sentido que la Estética tradicional ha adjudicado al término: la monstrua del país de Nunca Jamás avanzando a trompicones por la alfombra roja de esa insigne sala en la que recibieron el Doctorado Honoris Causa algunos ilustres personajes como Torrente Ballester, Georges Duby o Camilo José Cela. Casi se oye el crujir de la madera desde la tribuna donde yo, lleno de asombro, asisto a tan cruel espectáculo de la naturaleza.
Por eso, para evitar estos males, creo que por ley debería haber siempre un francotirador en este tipo de actos que, camuflado en un lugar elevado, hiciera blanco en todas las aberraciones rosas que se le pusieran a tiro. Porque son un atentado al buen gusto, como los ingleses con sandalias y calcetines, como los alemanes gordos y sudorosos tostándose al sol, como los que ven los programas "del corazón" y más aún los que salen en ellos, como tomar un Earl Grey con leche y como tener de libro de cabecera el Hola.
Simplemente imperdonable, y no seré yo el que proteste cuando alguien se tome la justicia por su mano y decida poner buen gusto hasta en el asesinato.