martes, 4 de agosto de 2009

De buena fe.

He vuelto, después de una ausencia que me figuro ha sido larga e insufrible para todos ustedes, mis queridos lectores. No vuelvo para hablar de todos esos extranjeros mal vestidos, que son capaces de llevar sandalias con calcetines y pantalones cortos -bien sabe Dios que si hay justicia arderán en el infierno por toda la eternidad- sino porque en el telediario de cierta televisión autonómica he visto una noticia que me ha arrancado una sonrisa.
Resulta que en Méjico han detenido a una banda de narcotraficantes perteneciente al cartel de la Familia Michoacana. Empresa loable la de las fuerzas de seguridad, que velan por nuestros intereses y que nunca descansan en favor de nuestro bien; hasta ahí, todo mi reconocimiento. Sin embargo, lo que no me gusta un ápice es la circunstancia en la que se produjo la detención.
Resulta que los miembros y miembras de mencionado aparato criminal se encontraban rezando en Misa, y la policía aprovechó la ocasión para detenerlos sin disparar un solo tiro. La ceremonia, de todos modos, debía ser peculiar, ya que entre otras cosas decomisaron 13000 dólares en efectivo y 4500 pastillas psicotrópicas. El cura, por cierto, también fue detenido.
Y yo me pregunto, señoras y señores, ¿qué clase de animales puede interrumpir el diálogo divino entre el fiel y su Dios, único, verdadero, apostólico y romano, con la excusa de detener a unos pobres hombres cuyo único pecado podía ser el de introducir ciertas sustancias extrañas en el recinto sagrado? Unos hombres que obraban de buena fe y que seguramente hacían sus donativos a la Iglesia; si es que ya no hay respeto por nada.

domingo, 10 de mayo de 2009

De países y gentes extrañas.

El turismo es uno de los males necesarios sin los que algunas ciudades caerían en la desolación y el olvido. Sin embargo, tiene una parte negativa que es la invasión de zonas que uno creía a salvo de la vorágine de alemanes (ingleses, japoneses, franceses) con sandalias y calcetines.
Un servidor cuando viaja a un sitio no se considera "turista", porque el turista es una clase deleznable dentro del reino animal, que deja el cerebro en su casa al lado de las buenas maneras y la vergüenza. Nunca se me ocurriría entrar en el Panteón de París a presentarle mis respetos a Voltaire vestido con unas bermudas; tampoco se me pasaría por la cabeza rezarle al Cristo de Cimabue de Santa Croce en Florencia haciéndole una foto con flash entre oración y oración; y mucho menos, y esto me disgusta sobremanera, se me ocurriría utilizar Hyde Park como un urinario público.
Cosas todas estas que he visto por verme obligado a vivir en una ciudad "turística" que el año que viene se va a poner francamente insoportable.
Porque en este país no sólo no evitamos que estas cosas ocurran, sino que las fomentamos. Spain is different y ancha es Castilla (wide is Castille para mis amigos), así que aquí lo hacemos todo a lo bruto. Por una parte los organismos oficiales y las oficinas de turismo nos venden como una especie de parque temático donde todo es posible.
El amigo Jeffrey Simmons puede venir con la parienta y comerse un cochinillo en Casa Cándido para luego irse a un tablao flamenco y acabar vomitando la sangría en la portada de la catedral. Y todo esto sin salir de Segovia, porque la globalización es lo que tiene, que exporta las sevillanas que da gusto verla.
De la misma manera Joe Smith puede visitar con sus colegas la catedral de Palma, poner cara de "en Cincinatti tenemos cosas mucho más altas" y después irse a comer una paella y a trasegar sangría como un cosaco, para después encontrarse con algún compatriota rival con el que liarse a puñetazos.
Son tópicos terribles y bastante demagógicos, pero lo cierto es que al fomentar únicamente el turismo de sol y playa, de venga ud. a comer todo lo que pueda y échese una "siesta" genera unas reacciones extremas. Ahí están, por ejemplo, los hosteleros que hartos de aguantar "guiris" borrachos todo el día acaban por ser maleducados hasta con el ciudadano que va todos los días a tomar el café.
En definitiva, el turismo es una plaga que gracias a las compañías de bajo coste se extiende como un cáncer por todo el mundo, y acabaremos como en el chiste en el que un grupo de turistas iban con un guía y un sherpa por el Himalaya y llegan a una grieta profundísima. Un turista se asoma y dice "esto es como la boca del infierno" y responde desesperado el guía "¡Dios santo, esta gente ha estado en todas partes!"

miércoles, 15 de abril de 2009

Dinero y gusto.

No siempre van unidos. Es más, cada vez es más difícil que uno vaya con lo otro y viceversa, porque tener muchísimo dinero aisla y no siempre los amigos disponibles con el capital necesario tienen un gusto educado.
Me explico. Un papa del siglo XVII, nacido en una de las grandes familias romanas -lo que aquí diríamos "de toda la vida"- como los Orsini, los Colonna, Barberini, Ludovici..., un papa, decía, nacido en esas casas, tenía una educación exquisita por una simple cuestión de apellido. Igual de claro tenía su futuro y el de toda la progenie que viniera detrás, que siempre podría hablar con la cabeza alta del "tío Urbano VIII" o del "primo Gregorio XIII".
El gusto no estaba asociado únicamente con la nobleza. Hasta un banquero genovés o florentino aspiraba a medirse con los grandes apellidos, a veces fundando una gens que acabaría haciendo sombra incluso a aquellos que remontaban sus orígenes al propio Júpiter. Los Medici, por ejemplo, pero también los Strozzi, los Buontalenti o los Baglioni. Tenían más dinero que la mayoría de monarquías europeas, y el gusto suficiente para gastarlo, aunque si bien es cierto que al principio eran meros mercaderes con el tiempo acabaron ennobleciéndose y dando papas al mundo.
Hoy en día la presencia del nuevo rico es algo más bien común y habitual en reuniones de cierto tipo. A uno le basta echar una ojeada a festivales o desfiles de moda para localizar a unas cuantas señoras orondas con modelitos de Versace o Chanel, llevándolos con la misma gracia que una vaquilla atada a un poste. Hacen gala de su fortuna enjoyadas hasta que los reflejos en sus pulseras de oro provocan dioptrías en el público que se sienta delante, mueven los brazos gesticulando como verduleras venidas a más, y enseguida gritan dos o tres nombres con apellidos que nos son familiares por aparecer cada dos por tres en programas "del corazón".
Lo que no saben es que la gente verdaderamente poderosa y con dinero -lo uno casi siempre va con lo otro- no aparece en programas y no hace favores ni se relaciona en reuniones atestadas: tienen a gente que hace esas cosas por ellos. Por eso, la gente poderosa no llama la atención ni se da aires. No le hace falta.
Se trata de gente que siempre se ha movido en ese ambiente y han sido educados, con todo el significado de la palabra. Gente que, como decía algún escritor, es capaz de estornudar con clase porque ha habido diez o doce generaciones de estornudadores con clase antes que ellos.

sábado, 21 de marzo de 2009

Matadlos a todos...

...y que Dios escoja a los suyos. Así de cínica y genial es la frase que acuñó un eclesiástico -de esos que conocen bien su oficio, sin duda- y que parece haber regido el devenir de la Santa Madre Iglesia a lo largo de la Historia.
Cinismo bien entendido que movía de forma inexorable "a papas, emperadores y prelados", citando al inmortal Jorge Manrique, que siempre se mostraron más preocupados por el poder temporal que por el espiritual. Aquello de "a mayor gloria de Dios" estaba claramente reñido con las placas que pueblan Roma, con inscripciones de munificentia para satisfacer su orgullo de hombres. Orgullo y soberbia, que tuvieron en la Roma de los grandes papas el mejor caldo de cultivo que podría soñarse para pecados tan apetecibles.
Hoy en día los pecados de la Iglesia son otros. La institución de hoy parece haber sido víctima de sus propios dogmas, y al creerse su inventio difícilmente puede mantener el nivel de antaño. Obras como San Pedro sólo fueron posibles gracias al talento de los artistas y el dinero y el buen gusto de los Orsini, los Colonna, los Della Rovere, los Barberini... los grandes apellidos que se regocijaban de rastrear su gens hasta la Roma Imperial y de entroncar con las familias patricias de la Antigüedad Clásica.
Orgullo, decía. Y avaricia también. La misma que permitió al papado pactar con reyes de indistinto pelaje con tal de mantener los Estados Pontificios a salvo de los diferentes carroñeros que intentaban comerse las últimas migajas que quedaban del glorioso Imperio Romano de Occidente.
¿Lujuria? Evidentemente. Sólo tenemos que recurrir a los Borgia -españoles ellos, siempre dejando el pabellón bien alto- para que nos vengan ecos de historias sórdidas e incestuosas que se sucedían bajo las bóvedas pintadas por Pinturicchio.
No hay que olvidar que con Alejandro VI es con quien empieza la historia de oro del papado. Él y sus sucesores son los que levantaron la monumental sede que ocupa hoy Benedicto XVI y su curia, indignos sucesores de tan excelso linaje. Patéticos peleles que hoy en día sólo tienen un poder limitado, y es una pálida sombra de lo que fue, preocupados por evitar el uso del preservativo y dilapidadores de fortunas en obras de segunda fila como la Almudena.
Hoy en día no cabe en ninguna cabeza que el papa pertenezca a una familia miltimillonaria y acaparadora del poder. Hoy nadie se puede imaginar a un Berlusconi ocupando la cátedra de Pedro, ni a un Briatore que de la bendición Urbi et orbi y después se retire a sus aposentos a disfrutar de la compañía de Elisabetta. Dos cosas que a lo largo de la Historia han definido a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Una Iglesia corrupta y viciosa que con todos sus pecados era más digna y cautivadora que la caterva de cardenales que pueblan los pasillos del Vaticano hoy en día.
Un Colegio cardenalicio que ha perdido todo sentido del buen gusto, y una Iglesia herida de muerte que pese a los intentos de Benedicto no va a recuperar el latín ni las buena maneras. Y eso sí es un pecado mortal.

domingo, 1 de febrero de 2009

Glamour. Charme. Fashion.

Si todavía hay algún iluso que ponga la mano en el fuego por el cine español probablemente se quedará manco en menos de lo que tarda Carmen Machi en cambiarse el vestido con el que presenta la gala de los Goya.
En esta ocasión la corriente dominante está siendo el victimismo desaforado. Todos se quejan de la falta de presupuesto del cine español -dos palabras que pueden ser tan sinónimas de garantía como "cárcel turca"- y del acoso constante de la piratería, que pone en un brete al buen hacer de los cineastas nacionales y hace peligrar la producción autóctona.
Vamos por partes, queridos míos.
Personalmente, entiendo que haya gente que se sienta ofendida después de pagar 5 euros -reconozco que vivir en provincias tiene sus ventajas- es torturada durante dos horas y media. ¿Masoquistas? Los hay, pero no son mayoría. Y digo esto porque hace algún tiempo quedó bien claro lo que pienso sobre cosas como Los girasoles ciegos.
Segundo punto. Lo de la piratería tiene que ver directamente con lo anterior. Supongo que la gente está harta de abortos fílmicos pretenciosos y pedantes, que se repiten una y otra vez como el águila que devoraba el hígado de Prometeo. En estos casos uno decide buscar por páginas web de dudosa moralidad los productos por los que no va a pagar pero que no le impota ver. Personalmente diré que tampoco lo entiendo demasiado, porque no me cabe en la cabeza que alguien esté dispuesto a esperar a que bajen los 700 o 1400 megas que ocupa el dvdscreener de turno.
Tercero. En cuanto a lo del bajo presupuesto del cine español... dejen que me ría. No digo que no sea cierto, pero la gente se olvida de que el cine es un comercio, y como tal debería vender un buen producto para que la gente lo vea. Se quejan los productores de que no se va a ver cine español, culpando al público -al no público, en este caso- de ser estulto, protervo y anaflabeto fílmico por no apreciar la exquisita calidad y factura que ponen los directores en sus proyectos. Alguien, algún desaprensivo y estúpido retrógrado sin duda, dirá "que hagan películas buenas y la gente irá a verlas". Yo entiendo bien a los directores y productores. ¿Qué pretenden?¿Hacer las películas al gusto del consumidor? Para ellos están las subvenciones del estado, que gracias a lo que se invierte permite a unos cuantos amigos escribir un guión, rodar su asunto y si no se estrena, pues mira, ahí está, para tener algo que contarle a los nietos.
Viendo la gala del cine por excelencia a uno se le abre la boca. No por lo bien hilados que están los chistes, ni por la elegancia natural de los actores españoles. Ni siquiera por los discursos de agradecimiento, sentidos y con alguna lágrima oportuna. Tampoco por lo inesperado de los premios, que siempre nos sorprenden.
A uno se le acaba abriendo la boca de aburrimiento y asco, de incredulidad ante tanta vulgaridad y a veces de pura ira e impotencia. Es decir, un perfecto homenaje al cine que premian.

viernes, 30 de enero de 2009

Ese durísimo contacto con la realidad.

Después de una larga ausencia sé que ustedes, mis avezados lectores, estaban a puntito de cortarse las venas o de ingerir cuarto y mitad de un kebab, que para el caso es tan venenoso como cualquier matarratas homologado.
Además de ciertos factores extra-estéticos que me han tenido apartado de la red, he de decir que últimamente he estado viendo bastante televisión -no se alarmen, de momento no acuso síntomas de estupidización demasiado severos- y ayer mismo encontré la guinda que coronó el pastel.
En Cuatro emitían un programa sobre una reportera que se va a vivir 21 días a la calle, mimetizándose con lo que algún estulto ha llamado homeless por aquello de que vagabundo suena feo y además ofende. Pero bueno, vuelvo al caso, que si no divago y pierdo el hilo.
La niña, de bastante buen ver y con unos ojos preciosos -todo he de decirlo- se echaba a la calle con una mochila, una muda limpia y un saco de dormir, dejaba el móvil en casa para estar incomunicada, y ahí se las den todas. Era conmovedor ver cómo la joven sufría en sus carnes lo que algunos de los entrevistados -porque se iba cámara en ristre- llevaban viviendo 20 años. 21 días de agónico e incirto transcurrir vital por las calles de la capital, pasando hambre y comiendo lo poco que encontraba en las papeleras o le daban en los albergues, mostrando con una expresión de felicidad innegable unos zumos y unas galletas que un guía-homeless sacaba de un contenedor y compartía con ella.
Reflexiones sesudas, las de la pobre niña, que se echaba a llorar cuando unos jóvenes borrachos -"putos niñatos"- se tiraban encima de los cartones bajo los que ella dormía. Ese momento de miedo y terror absolutamente indescriptibles de esa mujer que le dice a su compañero pobre "tenemos que mirar la fecha de caducidad de esos huevos, que es peligroso" -sonrisita cínica, que me sacó en ese momento- y a lo cual, el compañero con una dignidad extrema, ni se dignó a responder.
Moralizante y altamente alentadora, la experiencia de la muchacha. 21 días que recordará para siempre porque ha hecho algo rompedor y con una carga de denuncia social que me río yo del Jon Sistiaga en Gaza. Eso sí es tener conciencia y ganas de cambiar el mundo, enseñándonos a los que vivimos cómodamente en nuestras casas la cruda realidad de la que jamás hemos sido conscientes.
Una labor que nadie le va a reconocer, pero de la que le hablará a sus amigos que vayan a visitarla a su casa, mostrándoles las fotos de esos 21 días de duro peregrinar por Madrid, diciéndoles "esta soy yo, recogiendo cartones con Manuel el pobre".
Periodismo de primera calidad.
Y conciencia. Mucha conciencia.

jueves, 1 de enero de 2009

(Des)Propósitos de año nuevo.

No lo puedo evitar, y he de confesar que tengo una vena voyeur que me puede más que el sentido común. Es esta la que ayer me llevó a salir de casa después de las 12 uvas, con unos cuantos amigos y con la sana intención de brindar con una copa de cava por el año que se termina. Siempre brindo por el que se termina, porque creo que el que empieza no se lo ha ganado.
En fin, divagaciones aparte, todas las señales que recibía eran motivos para quedarme en casa y no mezclarme con el gentío en la que considero una de las noches más despreciables del año. Es una noche horrenda en la que los jóvenes se enfundan cualquier traje barato y lo combinan, mal que bien, con una camisa cuyo único propósito es servir de fondo para una corbata ancha, de colores chillones, y en el peor de los casos, con algún mensaje simpático con connotaciones explícitamente sexuales.
Las mujeres tampoco van mucho mejor vestidas, desde las que se decantan por modelos más apropiados para ir a la boda de algún príncipe regente, a las que deciden ser campechanas y enfundarse unos modelos que algunos llamarían casual, tres tallas por debajo de lo necesario. En cualquier caso, donde se llevan la palma es en el asunto de los tacones.
Una mujer que no sabe llevar tacones no debería ponerselos sin haber practicado unas cuantas semanas por el pasillo de su casa. El problema es que ahora las niñas de 17 años necesitan salir con más pintura encima que un Jackson Pollock, llevar vestidos palabra de honor y tacones altos, lo cual provoca el mismo desequilibrio en sus piernas que en mis ojos de observador crítico.
Además, me gustaría saber dónde están las madres que deberían aconsejarlas y decirles "mira nena, tú ponte los tenis de toda la vida y olvídate de tacones, que te vas a acabar matando". Si la tierna mujercita tiene suerte y no se acaba descalabrando yo me ofrezco voluntario para ajusticiarla como se merece, pero claro, quizás esas madres abnegadas son de las que van en chándal con tacones y todoterreno a comprar al Lidl, con lo cual los consejos que buenamente puedan darles a sus hijas caerán en saco roto.
Para colcuír, diré que habiendo brindado por el 2008 deseo que el 2009 sea un poco más elegante, porque si es difícil cambiar las cosas en su esencia, al menos podemos esforzarnos por mantener mínimamente las formas.
Las buenas formas.