domingo, 22 de junio de 2008

Supermodelos.

Algunas son monísimas, pero abren la boca y a su lado la Veneno es Don Lázaro Carreter.
El otro día llegué por casualidad, haciendo un poco de zapping, a Cuatro, y me quedé absorto un buen rato viendo el programita en cuestión. Los chicos estaban en una especie de parque zoológico con monos, pajaritos y una simpática foca con la que se hicieron unas fotos -besos incluídos- posando muy profesionales ellos, cual Claudias Schiffers de la vida.
Lo que más me entusiasmó fue darme cuenta del cambio rotundo que experimenta esta gente cuando sale en una foto y cuando abre la boca: en las fotos parecen seres excepcionalmente bellos, llenos de cierta elegancia -bien es cierto que fingida- y sublimemente inalcanzables. En la tele se ponen a hablar y dan ganas de meterle un zapato, de Manolo Blahnik o no, por el esófago para que se queden callados de una vez por todas y para siempre, porque no saben articular, porque no vocalizan y porque tienen una base semántica digna del violador del ensanche o de los grandes éxitos de Leonardo Dantés.
El jurado del concurso también es como para echarse a temblar, si esos son los gurús de la moda adolescente y no tan adolescente de este país. Me imagino a Christian Lacroix muriéndose de vergüenza si escucha los consejos y las descripciones del experto en estilismo Josie (conocido en su pueblo por José Fernández) que según su curriculum ha trabajado en sesiones fotográficas para Vogue -soy incapaz de imaginar haciendo qué-.
Pero bueno, si este plantel de capullos que se transformarán en hermosas flores no llega a buen puerto, y no consiguen superar las durísimas pruebas que les esperan en su glamurosísimo centro de formación, que al menos no desesperen. Son guapos, y cuanto menos abran la boca, mejor.
O no.

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