lunes, 13 de octubre de 2008

Pagando favores.

Lo de Cuerda clama al cielo. Es el descaro más absoluto en un país que por lo demás siempre ha sido ingrato con sus hijos ilustres, y donde el mediocre que se arrima al sol que más calienta siempre ha medrado, agarrándose a la teta de la vaca como a un clavo ardiendo.
Ahora resulta que sus Girasoles ciegos van a representar a España en los Oscar. Me acuerdo de la que se montó, casi más que con la crisis, cuando los de La Sexta colaron al Chikilicuatre en Eurovisión. Es cierto que hoy a nadie le importa ese concurso, pero los ecos de la polémica llegaron a salpicar el mundo de la política, debates supuestamente serios, y como sucedió con lo de la boda del Príncipe, todo español dio su opinión al respecto.
Ahora se repite el número, pero nadie habla del asunto. Si han visto la película y no se dejan llevar por el sentimentalismo barato, lo políticamente correcto y el escote de Maribel Verdú -maravilloso, por cierto- convendrán en que el resultado es un esperpento, pero el Chikilicuatre por lo menos tenía gracia. Lo que ha parido Cuerda es un bodrio insoportable, sin pies ni cabeza desde el punto de vista narrativo y con unos actores muy adecuados para un melodrama, porque todos dan auténtica pena.
Ahora bien, a Cuerda hay que agradecerle el apoyo en la campaña electoral de ZP y nada mejor para un director de cine que brindarle sus cinco minutos de fama, paseillo por la alfombra roja incluído. Todo por escuchar su nombre en boca de Catherine Zeta-Jones, Charlize Theron o la guapa de turno -y esas dos lo son, y mucho- y que resuene en el Kodak Theatre entre los aplausos de todo el mundillo.
Pienso que es triste el panorama del cine español, y después de esta última intentona juré que sus posibilidades conmigo habían llegado al final. Nunca más pagaré por ver una película española y menos sobre la Guerra Civil, que es un asunto que ya está tan trillado como lo de las suecas y el landismo. No creo que los actores españoles sean buenos, fundamentalmente porque a ver dónde hay una escuela de interpretación decente en este país, ya que los que podían enseñar son perros viejos que o están en el teatro o no tienen ganas de perder el tiempo con las jóvenes promesas.
Y también echo de menos, además de buenos actores, buenos directores que no crean que por contar con una subvención del Ministerio de Cultura ya se pueden lavar las manos con entradas de Cinesa. Ahora es cuando uno ve Plácido y piensa qué grande era Berlanga, que también optó al Oscar bastante antes de que se lo llevara Garci.
Pero acordarse de esas cosas no conviene, porque ni Cuerda es Billy Wilder, ni Javier Cámara es Cary Grant. Eso sí, si uno se aleja y lo ve desde fuera, el resultado es una comedia desternillante.

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