sábado, 21 de marzo de 2009

Matadlos a todos...

...y que Dios escoja a los suyos. Así de cínica y genial es la frase que acuñó un eclesiástico -de esos que conocen bien su oficio, sin duda- y que parece haber regido el devenir de la Santa Madre Iglesia a lo largo de la Historia.
Cinismo bien entendido que movía de forma inexorable "a papas, emperadores y prelados", citando al inmortal Jorge Manrique, que siempre se mostraron más preocupados por el poder temporal que por el espiritual. Aquello de "a mayor gloria de Dios" estaba claramente reñido con las placas que pueblan Roma, con inscripciones de munificentia para satisfacer su orgullo de hombres. Orgullo y soberbia, que tuvieron en la Roma de los grandes papas el mejor caldo de cultivo que podría soñarse para pecados tan apetecibles.
Hoy en día los pecados de la Iglesia son otros. La institución de hoy parece haber sido víctima de sus propios dogmas, y al creerse su inventio difícilmente puede mantener el nivel de antaño. Obras como San Pedro sólo fueron posibles gracias al talento de los artistas y el dinero y el buen gusto de los Orsini, los Colonna, los Della Rovere, los Barberini... los grandes apellidos que se regocijaban de rastrear su gens hasta la Roma Imperial y de entroncar con las familias patricias de la Antigüedad Clásica.
Orgullo, decía. Y avaricia también. La misma que permitió al papado pactar con reyes de indistinto pelaje con tal de mantener los Estados Pontificios a salvo de los diferentes carroñeros que intentaban comerse las últimas migajas que quedaban del glorioso Imperio Romano de Occidente.
¿Lujuria? Evidentemente. Sólo tenemos que recurrir a los Borgia -españoles ellos, siempre dejando el pabellón bien alto- para que nos vengan ecos de historias sórdidas e incestuosas que se sucedían bajo las bóvedas pintadas por Pinturicchio.
No hay que olvidar que con Alejandro VI es con quien empieza la historia de oro del papado. Él y sus sucesores son los que levantaron la monumental sede que ocupa hoy Benedicto XVI y su curia, indignos sucesores de tan excelso linaje. Patéticos peleles que hoy en día sólo tienen un poder limitado, y es una pálida sombra de lo que fue, preocupados por evitar el uso del preservativo y dilapidadores de fortunas en obras de segunda fila como la Almudena.
Hoy en día no cabe en ninguna cabeza que el papa pertenezca a una familia miltimillonaria y acaparadora del poder. Hoy nadie se puede imaginar a un Berlusconi ocupando la cátedra de Pedro, ni a un Briatore que de la bendición Urbi et orbi y después se retire a sus aposentos a disfrutar de la compañía de Elisabetta. Dos cosas que a lo largo de la Historia han definido a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Una Iglesia corrupta y viciosa que con todos sus pecados era más digna y cautivadora que la caterva de cardenales que pueblan los pasillos del Vaticano hoy en día.
Un Colegio cardenalicio que ha perdido todo sentido del buen gusto, y una Iglesia herida de muerte que pese a los intentos de Benedicto no va a recuperar el latín ni las buena maneras. Y eso sí es un pecado mortal.