sábado, 29 de noviembre de 2008

No quedan caballeros.

Llevo años diciéndolo, pero creo que nunca hasta ahora la gente se había vestido tan mal y a conciencia. Se defienden bajo una capa de falso glamour casposo con la excusa de ser trendies e ir a la última, alabando el nombre de Dior y nombrando a Chanel en vano, sin mayor reparo y con la idea de ponerse unos Manolos con unos pantalones pitillo de mercadillo, una pulsera de Chopard y una cazadora de Zara, porque para ellos es necesario saber combinar complementos carísimos con ropa baratísima, rozando lo cutre.
Me di cuenta viendo un capítulo de Vidas anónimas en el que salía un tal Josie, que al parecer era el asesor de moda de Supermodelos -lo del súper sólo se entiende si uno piensa que es en la cola del Carrefour de donde sacan sus modales- y ahora mismo trabaja en una especie de revista muy fashion española, que le quiere hacer sombra a Vogue.
El chico en cuestión pertenece a ese grupo que parece haber nacido con un montón de calcetines de Calvin Klein en lugar de cerebro, que dice "porfaplis" y "súperguay" sin ruborizarse siquiera, y que va vestido a la última porque cree que la elegancia es que a uno lo miren por la calle más que a un gótico. Eso lo decía él lleno de orgullo, no yo.
Además, unas chicas muy cool -esqueléticas pero con unos modelitos súper caros- se le abrazaban en la presentación de la revista y lo definían como el Truman Capote del siglo XXI. Él encantado, claro, porque admira a Capote teniendo en mente la interpretación de Philip Seymour-Hoffman y cree que algún día también un actor gordito y simpático lo encarnará a él en la gran pantalla.
Capote, a buen seguro se está revolviendo en su tumba. Probablemente era un petardo social insoportable como Josie "porfaplis", eso no lo dudo, pero hay que ver cómo escribía. Yo, de momento, no he leído nada de Josie, pero no sé por qué dudo mucho que su nivel a la hora de pulsar las teclas esté a la altura de Capote.
En cualquier caso, los juicios estéticos son algo muy subjetivo, y para mí la elegancia es ver a Cary Grant corriendo perseguido por un avión en Con la muerte en los talones. Para Josie, la elegancia es coger a Amy Winehouse y calzarle unos Jimmy Choo mientras bebe un Don Simón con Coca-Cola.
Juzguen y comparen.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Una divagación sobre el genio.

Leyendo la introducción a los Cuadernos de Paul Valéry he constatado que una de las características de los genios es la disciplina. No basta con ser tremendamente inteligente, lo cual es innegablemente necesario, sino que para ejercitar la mente hace falta una especie de gimnasia intelectual, marcada por el ritmo y la constancia.
Los grandes pianistas siempre hablan de cómo se pasan horas y horas ante el piano ensayando, practicando, haciendo escalas y arpegios desde su infancia. Los grandes pintores ejercitan su talento desde niños. La pregunta es: ¿el genio se cultiva? ¿Existe alguien que haya destacado como un genio y que no haya prestado atención a su talento desde niño?
Siempre se dice que Kandinsky empezó a pintar a los cuarenta. Personalmente, creo que Kandinsky no ocupa el mismo lugar que Miguel Ángel, pero gustos persoanles aparte, podría ser la excepción que desbarata la regla.
La introducción comenzaba comparanado a Valéry con Bach. Indiscutiblemente, Johann Sebastian Bach es una de las cimas en la historia de la música occidental. Su obra, después de más de trescientos años, sigue siendo actual y capaz de conmover a la humanidad; y además, hay una anécdota que nos viene como anillo al dedo. Es sabido que Bach necesitaba tocar la obra de otro compositor para después improvisar toda una serie de variaciones sobre el tema.
Quizás, como Bach, uno necesita el ejemplo de un Valéry y de su método analítico para poner un poco de orden en sus escritos, así como para intentar hacer un análisis de todo cuanto sucede a su alrededor.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Humoradas.

El otro día, en un ataque de inconsciencia o masoquismo, vaya usted a saber, me dio por cambiar de canal y ver 59 segundos, donde estaban entrevistando a Esperanza Aguirre. Entre monólogo y monólogo, uno de los contertulios se desmarcó de la tónica dominante y no le preguntó sobre economía -asunto del que, por cierto, la Presidenta de la Comunidad de Madrid parece enterarse muchísimo- y sacó el tema de Afganistán.
Oportunista, quizás, pero la respuesta de Esperanza fue antológica. Para justificar la presencia de las tropas españolas y una guerra en esa zona, aportó datos históricos remontándose, nada más y nada menos, a Alejandro Magno.
Ya sabemos que desde la época de Alejandro Magno es una zona de difícil conquista, fue lo que dijo. Después un discurso ciertamente inconexo, con pinceladas de aquí y de allá, y al final no contestó a nada.
Que Esperanza tiene una vena cómica como la copa de un pino es algo que no nos es ajeno, después de sus memorables intervenciones que dieron lugar a alguna chanza sin credibilidad -como aquella del Guggenheim- y al estupor de Santiago Segura al ver que la por aquel entonces ministra no sabía quién era. Y ahora, esta vena cómica la saca dando rienda suelta a esos chistes que cuenta con un gracejo que ya quisiera para sí Chiquito de la Calzada, Sarkosillas incluídas.
Por eso, Esperanza Aguirre pasará a los anales de la historia del humor español, junto con Pepe Viyuela, Arévalo, Quique Camoiras, Pajares y Esteso, Alfredo Landa y los Payasos de la tele. Aunque si Esperanza pregunta "¿cómo están ustedes?" la respuesta probablemente sería muy distinta.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Héroes.

Un titular de un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme reproducía el siguiente mensaje: Galicia recibe con dolor los restos de los héroes de la Brilat [...] Así, tal como suena y se lee, el redactor se quedó tan ancho.
Yo mismo -perdonarán la digresión con la benevolencia que les caracteriza- pertenezco a familia de militares. Toda la estirpe por la rama de mi abuela paterna se ha dedicado a la profesión militar desde tiempos inmemoriales, con gran orgullo y ascendiendo en el escalafón a base de luchar en todas las guerras ingratas que en la historia de este país han sido.
Mi bisabuelo, por ejemplo, vendió caro el pellejo con cuarenta y pocos años, postrado en la cama y delirando por culpa de unas fiebres que contrajo luchando en la Guerra de Cuba. Estuvo allí dos veces, y para cuando volvió, en el mes de marzo, el médico le dijo "Usted como buen militar no le tendrá miedo a la muerte, porque la paga de abril no la cobra". Y así fue. Quiero decir con esto que los asuntos del ejército no me son del todo ajenos, por ello no acabo de entender ciertas actitudes que para cualquiera con un poco de sentido común carecen de lógica.
En primer lugar, si uno es soldado lo lógico es que tarde o temprano acabe metido en una guerra. Es verdad que ahora se llaman "acciones de paz", consiguiendo así un simpático término contradictorio, tan divertido como ese de "daños colaterales". En segundo lugar, si uno va a un país en el que la gente se está matando a tiro limpio y aparece armado con un fusil de asalto y un casco de kevlar, lo normal es que el oriundo del lugar piense mal y decida, en caso de tener la oportunidad, meterle un tiro en la frente y echar a correr como alma que lleva el diablo.
Esto, digo, es lo lógico, por tanto si uno se mete en las Fuerzas Armadas sabe que entra dentro de lo probable recibir una bala que con mayor o menor precisión lo puede dejar listo para hacerle la inevitable visita a Caronte. Eso sí, a cambio de una paga, porque al fin y al cabo matar y ser muerto ha sido una profesión desde que el hombre es hombre.
El problema viene cuando uno se apunta al Ejército de buenas a primeras, haciendo caso a los anuncios aquellos que ponían por la tele en los que una chica de muy buen ver se dedicaba a saltar un muro, otro bajaba de un helicóptero de salvamento a rescatar a un pobre náufrago y unos chicos muy dinámicos estaban en una sala llena de ordenadores poniendo cara de serios.
En esos anuncios no aparecen chicos de veinte años pegando tiros, matando iraquíes o afganos, y siendo víctimas de atentados. Eso no se vende, y cuando a uno lo mandan a Irak igual piensa que es para repartir comida entre los refugiados y para escalar el muro al lado de la chica guapa del anuncio. Entonces resluta que no, que allí también hay acción guerrillera y que los suicidas -es lo que tienen- no reconocen ni a su padre cuando van conduciendo un coche bomba; allí también te pueden pegar un tiro cruzando una calle y algunos, sin esperar a que salgas de tu base militar, deciden empotrar un camión lleno de explosivos y llevarse por delante a todo lo que puedan.
Después recogemos a nuestros muertos y los mandamos a casa, con la ministra muy apenada y apesadumbrada desfilando tras los ataúdes y les hacemos un funeral de estado presidido por los príncipes, les concedemos una medalla a título póstumo y les llamamos héroes.
Y lo único que han tenido que hacer, es morirse.