martes, 4 de agosto de 2009

De buena fe.

He vuelto, después de una ausencia que me figuro ha sido larga e insufrible para todos ustedes, mis queridos lectores. No vuelvo para hablar de todos esos extranjeros mal vestidos, que son capaces de llevar sandalias con calcetines y pantalones cortos -bien sabe Dios que si hay justicia arderán en el infierno por toda la eternidad- sino porque en el telediario de cierta televisión autonómica he visto una noticia que me ha arrancado una sonrisa.
Resulta que en Méjico han detenido a una banda de narcotraficantes perteneciente al cartel de la Familia Michoacana. Empresa loable la de las fuerzas de seguridad, que velan por nuestros intereses y que nunca descansan en favor de nuestro bien; hasta ahí, todo mi reconocimiento. Sin embargo, lo que no me gusta un ápice es la circunstancia en la que se produjo la detención.
Resulta que los miembros y miembras de mencionado aparato criminal se encontraban rezando en Misa, y la policía aprovechó la ocasión para detenerlos sin disparar un solo tiro. La ceremonia, de todos modos, debía ser peculiar, ya que entre otras cosas decomisaron 13000 dólares en efectivo y 4500 pastillas psicotrópicas. El cura, por cierto, también fue detenido.
Y yo me pregunto, señoras y señores, ¿qué clase de animales puede interrumpir el diálogo divino entre el fiel y su Dios, único, verdadero, apostólico y romano, con la excusa de detener a unos pobres hombres cuyo único pecado podía ser el de introducir ciertas sustancias extrañas en el recinto sagrado? Unos hombres que obraban de buena fe y que seguramente hacían sus donativos a la Iglesia; si es que ya no hay respeto por nada.