viernes, 22 de agosto de 2008

Reunión de pastores...

Las tragedias siempre venden, y por cruel que suene esto, los hechos son los hechos. Only the facts, cómo diría algún juez anglosajón. Y el caso es que desde ayer, con lo del accidente en Barajas, la prensa que se supone debería ser más veraz, con más tacto y más profesional, está demostrando un nivel bajuno y soez en el que los periodistas del Telediario ya no se diferencian de los reporteros del Tomate.
Hace tiempo este tipo de comportamiento habría resultado sorprendente para todo el mundo. Yo no recuerdo que en el 11M los cámaras acosaran a los familiares de los muertos en el recinto Ferial de Madrid, convertido en inmensa morgue como vuelve a suceder estos días. Sin embargo, ahora sí que hay grupos de periodistas que se agolpan a las puertas de IFEMA para preguntarle a los familiares a quién han perdido.
Morbo, simple y cruel, para satisfacer la necesidad del público. Los espectadores de los informativos ya no son un grupo de gente que quiere saber qué pasa en el mundo. Ahora de lo que se trata es de tirar del hilo hasta el límite, sin que se rompa.
Sucedió lentamente, y la gente poco a poco dejó de darse cuenta de lo que es normal y lo que no en televisión. Desde las bajadas de pantalones de Boris Izaguirre hasta Moros y Cristianos, la entrepierna de Nuria Bermúdez, Tamara, el Pozí, Leonardo Dantés, Belén Esteban, Ana Obregón, Jorge Javier Vázquez y el Tomate, las difamaciones que se vierten sobre personajes difuntos incapaces de defenderse... todo esto fue dejando su poso, y poco a poco la televisión se ha convertido en un reducto de impresentables que hacen su trabajo para un público embotado que ya ni siente ni padece, siempre dispuesto a reír la última gracia de los colaboradores de Ana Rosa Quintana o a crucificar al escritor de turno en base a las opiniones tan fundamentadas como pueden ser las de Jimmy Jiménez Arnau.
Por supuesto que hay excepciones, pero el mal mayor está ahí, y los pocos espacios que le pueden hacer frente se ven relegados a horarios intempestivos que acaban minando la fidelidad del espectador más entusiasta. Después hay otro tipo de programas, que intentan ir por el mismo camino, pero que se quedan a medias, convertidos en tertulias de amigotes para amigotes, que como Juan Palomo, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.
Pero a lo que iba. No deja de sorprenderme cómo ha degenerado el aparato televisivo llegando a extremos de crueldad inaceptable. Viendo cómo los periodistas -profesión que me parecía dignísima, pero que cada vez me va dando más asco- le meten el micrófono por la fuerza a un viudo para que cuente cómo ha perdido a su mujer y a su hija, me parece el colmo. No sólo del mal gusto, que estos casos, cinismos aparte, ya me importa poco o nada.
Simplemente se echa en falta un mínimo de humanidad y de respeto. Pero es que eso no vende.

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