jueves, 24 de julio de 2008

Gentes de fuera (y algo más).

En estas fechas mi pintoresco pueblo se llena de gente que viene de diversos lugares para pasar las vacaciones. Algún guiri viene del extranjero, que eso aquí tiene mucho fuste y todavía causa honda impresión en los lugareños ver ingleses, y hasta chinos, paseándose por las calles tan campantes; pero la mayoría son de aquí, de esos que se marcharon hace treinta años a Madrid o a Barcelona y ahora vienen pisando fuerte, como si llevaran unos Manolo Blahnik de Carabanchel o del Rabal.
Son estos personajes animalillos peculiares que nos ofrecen un espectáculo digno de ser analizado minuciosamente. No se visten como sus hermanos o primos que se quedaron en el pueblo y que siguen siendo una panda de paletos a los que sólo les falta la boina y el paraguas colgado del cuello. Ellos van con pantalones piratas y a ser posible vaqueros, con una camiseta del bar "Coruña", que es cómo le llamaron a su negocio barcelonés en un ataque de morriña, gafas de pasta y cadena de oro, regalo de la parienta, con las fotos de los churumbeles grabadas con láser.
En Barcelona van vestidos de normal e incluso se comportan como sería digno de esperar de personas que se han educado en los Escolapios o en otro colegio de renombre, pero ya se sabe que donde hay confianza da asco. Lo que no saben aquí mis primos es que también donde las dan las toman.
El típico gallego catalanizado o madrileñizado se comporta como si fuera su obligación mostrar a los que vivimos en el pueblo la maldita ignorancia en la que vivimos sumidos, oh, pobres de nosotros. Llega al supermercado y protesta, porque aquí todo está mucho más caro, y el muy imbécil dice con toda la calma del mundo que "claro, como esto está tan lejos y hay tantos intermediarios..." sin darse cuenta de que la leche que desayuna todas las mañanas en la urbanización de Leganés sale de una vaca que vive a cinco minutos de la casa del pueblo de sus padres.
Hay más, por supuesto. El típico retornado lleva a sus padres a dar un paseo en su coche nuevo, que es mucho más grande y mucho más cómodo que el de su hermano, que sigue con el mismo Seat Panda desde hace diez años. Y sus padres, conmovidos, lloran de alegría cuando el retornado aparca en el patio de la casa familiar y de ese cochazo se bajan la parienta, Mary Luz, por más señas, la Vanessa y el José Juan, que así se llaman los retoños. Entonces la abuela les da unos jerseys que les tejió para el invierno, y los dos miran con asco ese burdo fardo de lana, porque la abuela, hay qué ver colega cómo le patina la neurona a la vieja, no sabe que ellos no se ponen nada que no sea de marca.
El nuevo barcelonés madrileño, además, lleva a sus padres al hospital para que les hagan un chequeo y el médico certifique que están bien y que aguantan otro año por lo menos, que el imbécil de su hermano el patatero sólo los lleva cuando les duele algo y para eso a saber cómo conduce el muy burro, hombre por Dios, que siempre fue el más cortito de los dos. Cuando los papás han pasado con éxito la I.T.V. del INSERSO se los lleva a casa otra vez hasta el año que viene.
Y el nuevo rico, además, aunque va de sobrado diciendo lo bien que come en los más finos restaurantes con las más selectas amistades, algún futbolista famosete incluso, trae un hambre canina que hace que los ojos se le enciendan cual ascuas a la vista de un jamón o un salchichón; los mismos de los que llenará el maletero antes de irse, con un saco de patatas nuevas y unos grelos, porque en Madrid "de esto ya no se encuentra". Entonces es cuando el imbécil del hermano saca una sonrisilla torcida hacia un lado, muy sutil, y le da una palmadita en la espalda al de Barcelona, como diciendo "hala, macho, tú vete hasta dentro de un año que de la próxima cosecha ya me encargo yo".
Y así se va el de Barcelona / Madrid, más contento que unas pascuas porque durante quince días ha sido la mar de campechano, como el Rey; ha hablado todo el gallego que no habló cuando vivía aquí, y entre los cadáveres que lleva en el maletero y los jamones que se comió en casa hizo un total de unos seis cerdos.
Que contándolo a él son siete.

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