miércoles, 23 de julio de 2008

Petardas.

Puedo decir sin pudor que aborrezco a cierta parte de la población. Parte, que con todo tipo de dudas y cuestiones en nuestro haber difícilmente podríamos catalogar de humana, pues raramente muestran en público dos factores que definen al homo sapiens: la capacidad del lenguaje articulado de forma coherente y el control de los impulsos primarios.
Esta parte, donde mis queridos animalitos campan a sus anchas, se exhibe en programas de televisión matutinos y vespertinos para regocijo de las marujas que, abandonadas por su Manolo que felizmente hace la siesta o juega la partida con los amigos, no tiene nada mejor que hacer que enchufar el aparato y dejarse llevar por el torrente alocado y dicharachero que sale de la boca de Belén Esteban.
Y digo "sale por la boca" porque no se puede decir que la mujer hable stricto sensu, sino que en ocasiones emite vocablos producto de su docta y singular inventiva, que los otros tertulianos ríen ante la cara pizpireta de la reina del populacho. No entremos ya a cuestionar lo burdo de la situación cuando intenta pronunciar algo más complejo que "me entiendes"; si no es capaz de captar la sutileza de "emitir un gas" -disculparán lo soez del tema, pero es lo que es- mucho menos podrá acentuar debidamente una esdrújula, que eso para ella debe ser anatema y vicio, y le sonará a postura rara del Kamasutra.
Pero no es Belén Esteban el único blanco de mi mirada. Toda la panda de supuestos periodistas que la rodea tiene tanta o más culpa que ella, que al fin y al cabo no es más que una pobre mujer en la que un analfabetismo funcional no llama más la atención que un misionero del Congo con disentería. Tanta culpa tiene el que mata a la vaca como el que le tira de la pata, dice cierto refrán. Por eso, la inefable AR, a la que tantas veces he admirado ya que representa lo más bajo que se puede caer en el mundo de la prensa, aporta su granito de arena a la pitanza.
Es dantesco ver cómo en el plató, ante un montón de señoras entradas en años que ríen las ocurrencias de los tertulianos, éstos hacen preguntas que sólo le podrían interesar al confesor de la interfecta para darle una extremanción in extremis, y un más que necesario ego te absolvo para que no vaya de cabeza a la caldera de Pedro Botero. Sin embargo, aunque la amiga Esteban tenga cierta esperanza de redimir su alma pecadora, no creo que haya dómine capaz de lavarle la conciencia a toda la tertulia de alrededor.
No voy a entrar en el tema de los programas nocturnos donde Cantizano se ha convertido en fenómeno de masas, orgullo de la libertad de prensa y el yerno que todas las marujas quieren para su Jeny, que aún es soltera y en edad de merecer. Me paso esa pseudo cultura por donde la espalda pierde su nombre, porque me parece mezquina y bajuna, tanto que creo de firme que no debería haber programas como ese. No porque crea en el valor educativo de la televisión y en la buena voluntad de los empresarios que son sus dueños, sino porque ofenden a todo buen sentido y a las buenas formas. El No te rías que es peor tampoco educaba, pero al menos estábamos a salvo de escuchar barbaridades y a veces uno incluso se reía con un chiste o un chascarrillo. Yo, jamás me he reído viendo los fragmentos que sacan del programa de Cantizano.
En fin, que la televisión no es sino otro síntoma de esta España plural que estamos viviendo y que siempre ha sido la misma, sin importar el color del gobierno de turno o las intenciones de sus ministros: siempre ha sido más grato ver cómo el vecino le pega al de al lado o hablar de quién se pasea por la cama de la del 5º que abrir un libro y ponerse a leer, que encima sólo hay letra y hay que echarle imaginación. Y ahí, donde otros ven una lacra yo veo una ventaja inconmensurable, porque nunca, y digo nunca, me imagino a Belén Esteban mientras leo.

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