viernes, 30 de enero de 2009

Ese durísimo contacto con la realidad.

Después de una larga ausencia sé que ustedes, mis avezados lectores, estaban a puntito de cortarse las venas o de ingerir cuarto y mitad de un kebab, que para el caso es tan venenoso como cualquier matarratas homologado.
Además de ciertos factores extra-estéticos que me han tenido apartado de la red, he de decir que últimamente he estado viendo bastante televisión -no se alarmen, de momento no acuso síntomas de estupidización demasiado severos- y ayer mismo encontré la guinda que coronó el pastel.
En Cuatro emitían un programa sobre una reportera que se va a vivir 21 días a la calle, mimetizándose con lo que algún estulto ha llamado homeless por aquello de que vagabundo suena feo y además ofende. Pero bueno, vuelvo al caso, que si no divago y pierdo el hilo.
La niña, de bastante buen ver y con unos ojos preciosos -todo he de decirlo- se echaba a la calle con una mochila, una muda limpia y un saco de dormir, dejaba el móvil en casa para estar incomunicada, y ahí se las den todas. Era conmovedor ver cómo la joven sufría en sus carnes lo que algunos de los entrevistados -porque se iba cámara en ristre- llevaban viviendo 20 años. 21 días de agónico e incirto transcurrir vital por las calles de la capital, pasando hambre y comiendo lo poco que encontraba en las papeleras o le daban en los albergues, mostrando con una expresión de felicidad innegable unos zumos y unas galletas que un guía-homeless sacaba de un contenedor y compartía con ella.
Reflexiones sesudas, las de la pobre niña, que se echaba a llorar cuando unos jóvenes borrachos -"putos niñatos"- se tiraban encima de los cartones bajo los que ella dormía. Ese momento de miedo y terror absolutamente indescriptibles de esa mujer que le dice a su compañero pobre "tenemos que mirar la fecha de caducidad de esos huevos, que es peligroso" -sonrisita cínica, que me sacó en ese momento- y a lo cual, el compañero con una dignidad extrema, ni se dignó a responder.
Moralizante y altamente alentadora, la experiencia de la muchacha. 21 días que recordará para siempre porque ha hecho algo rompedor y con una carga de denuncia social que me río yo del Jon Sistiaga en Gaza. Eso sí es tener conciencia y ganas de cambiar el mundo, enseñándonos a los que vivimos cómodamente en nuestras casas la cruda realidad de la que jamás hemos sido conscientes.
Una labor que nadie le va a reconocer, pero de la que le hablará a sus amigos que vayan a visitarla a su casa, mostrándoles las fotos de esos 21 días de duro peregrinar por Madrid, diciéndoles "esta soy yo, recogiendo cartones con Manuel el pobre".
Periodismo de primera calidad.
Y conciencia. Mucha conciencia.

jueves, 1 de enero de 2009

(Des)Propósitos de año nuevo.

No lo puedo evitar, y he de confesar que tengo una vena voyeur que me puede más que el sentido común. Es esta la que ayer me llevó a salir de casa después de las 12 uvas, con unos cuantos amigos y con la sana intención de brindar con una copa de cava por el año que se termina. Siempre brindo por el que se termina, porque creo que el que empieza no se lo ha ganado.
En fin, divagaciones aparte, todas las señales que recibía eran motivos para quedarme en casa y no mezclarme con el gentío en la que considero una de las noches más despreciables del año. Es una noche horrenda en la que los jóvenes se enfundan cualquier traje barato y lo combinan, mal que bien, con una camisa cuyo único propósito es servir de fondo para una corbata ancha, de colores chillones, y en el peor de los casos, con algún mensaje simpático con connotaciones explícitamente sexuales.
Las mujeres tampoco van mucho mejor vestidas, desde las que se decantan por modelos más apropiados para ir a la boda de algún príncipe regente, a las que deciden ser campechanas y enfundarse unos modelos que algunos llamarían casual, tres tallas por debajo de lo necesario. En cualquier caso, donde se llevan la palma es en el asunto de los tacones.
Una mujer que no sabe llevar tacones no debería ponerselos sin haber practicado unas cuantas semanas por el pasillo de su casa. El problema es que ahora las niñas de 17 años necesitan salir con más pintura encima que un Jackson Pollock, llevar vestidos palabra de honor y tacones altos, lo cual provoca el mismo desequilibrio en sus piernas que en mis ojos de observador crítico.
Además, me gustaría saber dónde están las madres que deberían aconsejarlas y decirles "mira nena, tú ponte los tenis de toda la vida y olvídate de tacones, que te vas a acabar matando". Si la tierna mujercita tiene suerte y no se acaba descalabrando yo me ofrezco voluntario para ajusticiarla como se merece, pero claro, quizás esas madres abnegadas son de las que van en chándal con tacones y todoterreno a comprar al Lidl, con lo cual los consejos que buenamente puedan darles a sus hijas caerán en saco roto.
Para colcuír, diré que habiendo brindado por el 2008 deseo que el 2009 sea un poco más elegante, porque si es difícil cambiar las cosas en su esencia, al menos podemos esforzarnos por mantener mínimamente las formas.
Las buenas formas.