domingo, 23 de noviembre de 2008

Una divagación sobre el genio.

Leyendo la introducción a los Cuadernos de Paul Valéry he constatado que una de las características de los genios es la disciplina. No basta con ser tremendamente inteligente, lo cual es innegablemente necesario, sino que para ejercitar la mente hace falta una especie de gimnasia intelectual, marcada por el ritmo y la constancia.
Los grandes pianistas siempre hablan de cómo se pasan horas y horas ante el piano ensayando, practicando, haciendo escalas y arpegios desde su infancia. Los grandes pintores ejercitan su talento desde niños. La pregunta es: ¿el genio se cultiva? ¿Existe alguien que haya destacado como un genio y que no haya prestado atención a su talento desde niño?
Siempre se dice que Kandinsky empezó a pintar a los cuarenta. Personalmente, creo que Kandinsky no ocupa el mismo lugar que Miguel Ángel, pero gustos persoanles aparte, podría ser la excepción que desbarata la regla.
La introducción comenzaba comparanado a Valéry con Bach. Indiscutiblemente, Johann Sebastian Bach es una de las cimas en la historia de la música occidental. Su obra, después de más de trescientos años, sigue siendo actual y capaz de conmover a la humanidad; y además, hay una anécdota que nos viene como anillo al dedo. Es sabido que Bach necesitaba tocar la obra de otro compositor para después improvisar toda una serie de variaciones sobre el tema.
Quizás, como Bach, uno necesita el ejemplo de un Valéry y de su método analítico para poner un poco de orden en sus escritos, así como para intentar hacer un análisis de todo cuanto sucede a su alrededor.

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