viernes, 18 de julio de 2008

De las buenas maneras.

La clase y el buen gusto no se demuestran sólo con saber combinar los calcetines y el cinturón, o sabiendo qué zapatos van bien con el vestido de turno. Ni siquiera se demuestra únicamente eliginedo sabiamente el modelo perfecto para acudir a la ópera o a una recepción en una embajada.
Hay factores que denotan cierto saber estar, cierto savoir faire, que dirían mis amigos los franceses, que nada tienen que ver con la ropa, los complementos o el maquillaje. Y uno de estos factores es la capacidad para obrar correctamente en según qué tipo de situaciones, a menudo difíciles o comprometidas, que ponen en jaque nuestro código de conducta.
Habría que decir que no es elegante no responder a una carta o negar el saludo cuando vemos a alguien conocido por la calle, por mucho que no nos apetezca pararnos a hablar con él: decía Víctor Manuel II, Rey de Italia, que una medalla y un saludo no se le niegan a nadie. Y esto ya es muestra de que los reyes de antes, igual de inútiles y muchas veces mucho más nefastos que los de ahora, por lo menos sabían mantener las formas. "Hasta en una declaración de guerra han de observarse las buenas maneras", decía Bismarck.
De poco nos sirve un modelito de Prada, unos zapatos de Ferragamo y un bolso de Louis Vuitton si después la ocupante no está a la altura de los complementos. Triste situación la de la pobre mujer que creyéndose una diva no es más que fachada, oropel vacuo, enfundada en un disfraz de alta costura.
Ya lo decía la perfecta Audrey: "la elegancia es una actitud".

No hay comentarios: