miércoles, 15 de abril de 2009

Dinero y gusto.

No siempre van unidos. Es más, cada vez es más difícil que uno vaya con lo otro y viceversa, porque tener muchísimo dinero aisla y no siempre los amigos disponibles con el capital necesario tienen un gusto educado.
Me explico. Un papa del siglo XVII, nacido en una de las grandes familias romanas -lo que aquí diríamos "de toda la vida"- como los Orsini, los Colonna, Barberini, Ludovici..., un papa, decía, nacido en esas casas, tenía una educación exquisita por una simple cuestión de apellido. Igual de claro tenía su futuro y el de toda la progenie que viniera detrás, que siempre podría hablar con la cabeza alta del "tío Urbano VIII" o del "primo Gregorio XIII".
El gusto no estaba asociado únicamente con la nobleza. Hasta un banquero genovés o florentino aspiraba a medirse con los grandes apellidos, a veces fundando una gens que acabaría haciendo sombra incluso a aquellos que remontaban sus orígenes al propio Júpiter. Los Medici, por ejemplo, pero también los Strozzi, los Buontalenti o los Baglioni. Tenían más dinero que la mayoría de monarquías europeas, y el gusto suficiente para gastarlo, aunque si bien es cierto que al principio eran meros mercaderes con el tiempo acabaron ennobleciéndose y dando papas al mundo.
Hoy en día la presencia del nuevo rico es algo más bien común y habitual en reuniones de cierto tipo. A uno le basta echar una ojeada a festivales o desfiles de moda para localizar a unas cuantas señoras orondas con modelitos de Versace o Chanel, llevándolos con la misma gracia que una vaquilla atada a un poste. Hacen gala de su fortuna enjoyadas hasta que los reflejos en sus pulseras de oro provocan dioptrías en el público que se sienta delante, mueven los brazos gesticulando como verduleras venidas a más, y enseguida gritan dos o tres nombres con apellidos que nos son familiares por aparecer cada dos por tres en programas "del corazón".
Lo que no saben es que la gente verdaderamente poderosa y con dinero -lo uno casi siempre va con lo otro- no aparece en programas y no hace favores ni se relaciona en reuniones atestadas: tienen a gente que hace esas cosas por ellos. Por eso, la gente poderosa no llama la atención ni se da aires. No le hace falta.
Se trata de gente que siempre se ha movido en ese ambiente y han sido educados, con todo el significado de la palabra. Gente que, como decía algún escritor, es capaz de estornudar con clase porque ha habido diez o doce generaciones de estornudadores con clase antes que ellos.

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